Cristianos de Siria: «Nuestra patria está aquí y nuestro Jesús es de aquí»

Salam Kawakibi

Politólogo

«El mejor país de Oriente Próximo para vivir como cristiano es Siria.»[1]

«El presidente compartió con sus conciudadanos cristianos la celebración del aniversario del nacimiento de Jesús, el emisario de la paz y la fraternidad.[2] Intercambió con ellos sus mejores deseos en el patriarcado ortodoxo que se encuentra en el mismo camino que tomó san Pablo en la antigua ciudad de Damasco.»[3] El gran muftí de la República, presente en esa ocasión, tomó la palabra para recordar la importancia de la ceremonia tanto para los cristianos como para los musulmanes, y precisó que Siria «constituye un ejemplo perfecto para el mundo en materia de convivencia y armonía entre sus conciudadanos de todas las religiones».[4] Asimismo subrayó el papel que desempeñan los cristianos en la región y la importancia de sus acciones para «defender los lugares sagrados y apoyar a sus hermanos musulmanes».[5] Para el gran muftí, la religión tiene por objetivo «la promoción de la paz y el rechazo del extremismo».[6] El gran muftí asistió a la misa de Navidad de 2006 en la iglesia siríaca ortodoxa de Alepo. Tomó la palabra ante el altar de la iglesia para evocar el nacimiento de Jesús. Un gesto simbólico que conmocionó profundamente los ánimos.

Los cristianos de Siria muestran con frecuencia su adhesión a su país, sus conciudadanos musulmanes y sus dirigentes políticos. En los barrios cristianos podemos leer transcripciones, del estilo «todos los cristianos […] denuncian el daño infligido al profeta Mahoma por parte de la prensa occidental». O «Bachar, todos estamos contigo».

En una iglesia de Damasco, un hombre dice: «Siria, con todos sus componentes religiosos, se halla unificada hoy contra Estados Unidos e Israel como jamás lo había estado antes».

Es una imagen casi utópica de la cohabitación entre comunidades, pero que no siempre impide que los cristianos se sientan tentados a adentrarse por otros derroteros.

La historia de una emigración

Para intentar recomponer la cadena de la emigración cristiana del Oriente árabe, es importante empezar con la decadencia del Imperio otomano en la segunda mitad del siglo xix. En 1860, en la montaña libanesa y en la ciudad de Damasco tuvieron lugar sangrientos enfrentamientos entre cristianos y musulmanes. En el primer caso, la confrontación estuvo alimentada por las potencias occidentales: los ingleses, por una parte, que apoyaban a los señores feudales drusos, y los franceses, por otra, que defendían a los campesinos maronitas.

En Damasco se produjeron matanzas que deterioraron la armonía entre los musulmanes sunníes y los cristianos ortodoxos, y sólo tras la intervención del emir Abdulkader, de los europeos y del poder otomano fue posible restablecer la paz.[7] Estas matanzas estimularon a la joven clase intelectual influida por los principios fundamentales de la revolución francesa. Dicha clase consideraba que las crisis eran el resultado de la política otomana.[8] A todo ello cabe sumar la intervención occidental, una política débil por parte del poder central y, finalmente, un deterioro de la sociedad, que estaba empezando a perder sus referentes culturales y humanos, para dejarse llevar por una escalada de violencia y odio. Esos incidentes fueron la causa de que una parte importante de los cristianos optaran por escoger el exilio. Sus destinos fueron Egipto, Europa y el continente americano.

En esa misma época, los misioneros constituían una clase social muy instruida. Los intelectuales cristianos contribuyeron en gran manera a la emergencia del movimiento del renacimiento árabe. Este hecho sería crucial para alcanzar la independencia y liberarse de cuatro siglos de ocupación otomana. Entre los años 1903 y 1930 tendría lugar otra gran marcha hacia el exilio relacionada, esencialmente, con las condiciones económicas.

La unión entre Siria y Egipto en 1958, y la llegada del partido Baaz al poder en 1963 y su política socialista motivaron una emigración general no sólo entre los miembros de la clase burguesa, sino también, y en mayor grado, entre los cristianos. Por otro lado, la nacionalización de las escuelas de las misiones, a mediados de la década de 1960, fue otro elemento que contribuyó a la emigración. Entre 1978 y 1982, Siria conoció enfrentamientos sangrientos entre las fuerzas del poder y las esferas radicales de influencia islamista. Una voz de alarma volvió a sonar entre los cristianos, aunque en esta ocasión no se vieran directamente afectados.

El auge del islamismo incita a la emigración

Todos los sirios y en particular los cristianos se formulan la misma pregunta: ¿Hay realmente «un peligro islamista» que amenaza la armonía de la sociedad siria? A partir de la creación del Estado moderno, en Siria ha habido un movimiento de reforma secular y una escuela de interpretación que han podido influir en una sociedad muy marcada por la religión. Desde finales del siglo xix, los escritos tratarían la cuestión religiosa desde tres ángulos: la interpretación, la manipulación y la recuperación. A ello cabe sumar la creación de los partidos laicos y el desarrollo de una espiritualidad «purificada» independiente de la esfera política. Las décadas de 1940 y 1950 conocieron un desarrollo sociocultural alejado del ámbito religioso y la creación de una plataforma nacional.

En las décadas de 1960 y 1970, las ideologías progresistas y liberales marcaron fuertemente la sociedad, a pesar de la naturaleza autoritaria del sistema político. El desarrollo, casi sin tabúes religiosos, de la producción artística y literaria durante este período tuvo bastante que ver con este hecho. Durante todos esos años, en Siria el islam político estuvo representado por los Hermanos Musulmanes, que en la década de 1950 formaban parte del parlamento democráticamente elegido, un raro fenómeno en la historia de la Siria contemporánea. Entre el principio de la década de 1960 y el final de la de 1970, los enfrentamientos violentos que tuvieron lugar acabaron con esa «cohabitación» en la escena política siria. Después, el poder se orientó hacia la creación de un islam oficial. Actualmente, se observa un claro rebrote de la práctica de la fe. Ha aumentado el número de mujeres que llevan el velo, los libros de temática religiosa tienen mucho éxito, y los círculos de estudios religiosos se multiplican. También se observa un incremento de la expresión religiosa en las prácticas sociales y culturales. A todas luces el régimen deja hacer, actuando cobardemente y haciendo concesiones a la religión mayoritaria. Pero existe el riesgo de que las autoridades pierdan el control del fenómeno que intentan canalizar. Se vigilan las prédicas, pero las pequeñas mezquitas escapan a los controles. Ciertas clases de enseñanza del islam para mujeres parecen estar orientadas a lavarles el cerebro. Con ocasión del ramadán de 2004, un juez condenó a un sirio por haber fumado delante de su tienda durante el ayuno.

A pesar de que, en teoría, existe una adopción de los principios de la laicidad por parte del poder, los manuales escolares en materia religiosa contienen una gran dosis de conservadurismo. La tolerancia es mínima en lo concerniente a otras «sectas» del islam, pero en cambio, se sigue manteniendo respecto a los cristianos. Hasta la oposición «laica»[9] trata de integrar las referencias religiosas en su discurso, procurando ampliar su impacto en la sociedad conservadora. El auge del islamismo no inquieta sólo al régimen político, sino también a las fuerzas democráticas y liberales de la vida política siria. Por un lado, el régimen teme por su estabilidad, y por otro, la oposición tiene miedo de que el despotismo político se sustituya por un despotismo religioso. Pero a pesar de los mensajes «tranquilizadores» de los islamistas, el miedo va en aumento, e incluso afecta a un aspecto que va más allá de lo político, ya que los cristianos tienen miedo a perder la libertad religiosa que han adquirido gracias al régimen. Por otra parte, las normas socioculturales de los movimientos islamistas no hacen más que reforzar su desconfianza.

El discurso de los islamistas[10] tranquiliza a los cristianos, quienes consideran que el régimen utiliza el clima de temor imperante para convencerlos de que contribuyan a mantenerlo. El régimen sigue siendo, pues, el refugio de todas las minorías, que «con el peligro islámico corren peligro de ser aniquiladas».[11]

¿Qué piensan los implicados?

«Estoy orgulloso de ser sirio y árabe. En cambio, me resulta difícil animar a mi hijo a que continúe por el mismo camino […]. Rechacé una jugosa oferta para ir a trabajar al extranjero. Y ahora me doy cuenta de que cometí un grave error […]. ¿Por qué corremos detrás de los visados? Porque no podemos seguir aceptando que se nos considere extranjeros en nuestro país». Este testimonio explica un resentimiento general. La jerarquía de la Iglesia está inquieta. Considera que es muy lamentable sentirse obligado a dejar la tierra natal de tu religión. Además, esta inmigración priva a la sociedad de uno de sus pilares y despoja a la religión cristiana de su profundidad cultural.

Las autoridades religiosas manifiestan un gran reconocimiento hacia el régimen debido a su apertura respecto a las minorías y por haber instaurado una «estabilidad» que da seguridad a sus fieles. Para comprender esta actitud, se puede hablar de un «compromiso». Dichas autoridades religiosas «muestran una sumisión tal al poder central que hasta pueden llegar a compartir intereses con este último».[12] El apoyo casi incondicional a las medidas políticas tomadas por el poder parece despertar unanimidad en cuanto al discurso pronunciado. Esta actitud no sólo es propia de los monjes, sino que también la comparte buena parte de la sociedad cristiana, que se siente asustada al ver lo que sucede a sus vecinos de Iraq.

El obispo Giorgios Abu Zakham[13] subraya que la inmigración de los cristianos de ciertas regiones rurales hacia las grandes ciudades se debe principalmente a la ausencia de desarrollo económico en estas regiones. El obispo Matta Rohom[14] considera que las huellas del período otomano aún subsisten. En su opinión, los occidentales, que pretenden ser laicos, alientan la salida de los cristianos. Y aunque «no sea por amor», lo cierto es que Occidente trata de vaciar la región de cristianos. Por otro lado, este obispo cree que Occidente es también responsable del auge del integrismo: «Los franceses enviaron de nuevo a Jomeini a Irán, y Estados Unidos apoya a Arabia Saudí».[15] Pero ¿cuál es la responsabilidad de los sirios en todo este despliegue geopolítico? Nuestro obispo subraya tímidamente que es posible que la presión de los servicios de inteligencia lleve a algunos a pensar en emigrar: «Se infiltran en todos los detalles de la vida de los ciudadanos».[16] El obispo Jean-Clément Jambart explica cuál es su papel en la comunidad: «Nuestros fieles constituyen una minoría y se sienten menospreciados […]. No están a gusto y aspiran a otra calidad de vida. Y yo estoy obligado a prestarles asistencia. […] Tengo que proporcionarles la posibilidad de casarse, encontrar empleo y quedarse en el país».[17]

Al obispo todo eso le parece una gran tarea que, no obstante, está dispuesto a afrontar porque los cristianos se han mantenido «a salvo de las vicisitudes de la historia durante dos mil años. […] Somos unos misioneros providenciales para nuestros conciudadanos, en este país atormentado, porque compartimos su cultura, su historia, su lengua, etc. Por tanto, no quiero que […] estos misioneros, mis fieles, tengan que huir […]».[18] Para aportar soluciones concretas a la salida de los jóvenes, «en la Iglesia nos esforzamos por llevar a cabo una labor educativa, y de sensibilización y formación. Porque la verdadera felicidad es, ante todo, saber sentirse satisfecho con lo que se tiene».[19] Por su parte, el arzobispo Antoine Odo[20] dice que los cristianos de Oriente tienen que reconsiderar su misión en países que cada vez les son más hostiles. ¿Qué objeto tiene seguir empeñándose en permanecer en un país que no ofrece a los jóvenes más que situaciones de incertidumbre?». Los jóvenes buscan un futuro mejor y para persuadirlos de que se queden hay que darles esperanza y alternativas.

En un debate celebrado en marzo de 2006 sobre el tema de la inmigración, estaban presentes los dos obispos citados, Jeanbart y Odo. En sus discursos, ambos intentaban poner de acuerdo a los presentes sobre la necesidad de quedarse en un país «que nos ofrece una ciudadanía y una prosperidad plenas». Jeanbart llegó incluso a denunciar a aquellos y aquellas que intentan buscar soluciones en otros lugares. El discurso de Odo fue más matizado, y reconoció la existencia de un verdadero problema. Algunas intervenciones de la sala señalaron la existencia de un desfase entre el discurso religioso «oficial» y la realidad que viven los jóvenes. Uno de los participantes destacó la existencia de un estudio sobre el tema del que nunca se había hablado. La cifra que se dio alarmó a la sala: en Siria sólo quedan un 4,7 % de cristianos, mientras que su número se elevaba a más del 15 % a principios de la década de 1970. Ambos obispos trataron de cuestionar estas cifras. En cambio, algunos monjes, que pidieron permanecer en el anonimato, consideraban que todavía eran demasiado altas: «no pasamos del 3 %», dijeron unos, mientras que otros apuntaron que «todavía estamos por encima del listón del 5 %». Sin embargo, es casi imposible encontrar estadísticas realizadas por la iglesia o el Estado. En ninguna de instituciones existe la voluntad de sacar a la luz el sangrante hecho.

Por su parte, el obispo Esidor Battikha utiliza en sus prédicas un lenguaje menos matizado: «Siria era cristiana y los musulmanes proceden de lejos. Esta tierra es muy importante para la memoria de los cristianos», y se inquieta cuando oye a los jóvenes cristianos decir que «esta tierra no es para nosotros; aquí no tenemos ningún futuro». Battikha no tiene más remedio que constatar que, a pesar de los esfuerzos del Estado, entre cristianos y musulmanes no existe una verdadera igualdad. Occidente «propone la libertad, la igualdad y la laicidad a nuestros jóvenes. Tres pilares de la vida moderna que ellos exigen».

Es importante observar qué está sucediendo entre los vecinos iraquíes para comprender el miedo de los cristianos de Siria. Los cristianos de Iraq se ven obligados a abandonar su país y llegan a Siria con un sinfín de historias sobre destrucciones, asesinatos, prohibiciones de rezar, humillaciones y atentados a las iglesias.

En la conferencia de los arzobispos católicos de Oriente, que tuvo lugar en el convento Bizmar, en Líbano, del 16 al 20 de octubre de 2006, la cuestión de la inmigración estuvo a la orden del día: no queda ninguno de los 53 pueblos cristianos de la región de Naplusa, en Palestina; el número de los cristianos de Jerusalén ha descendido de 50.000 en 1945 a menos de 5.000 en 2005. Así, el número de armenios católicos en Líbano, Siria, Iraq, Turquía, Jordania y Palestina representa tan sólo el 17 % de los que residen en estos países. La conferencia achaca las razones de esa partida «al autoritarismo de los regímenes». En dicha ocasión se presentó un informe[21] sobre el futuro de los cristianos de la región. Este informe hacía hincapié en las dificultades a las que se enfrentan los cristianos en todos los ámbitos, y apelaba a la armonización de los esfuerzos llevados a cabo por las Iglesias para hacer frente a este fenómeno. Según dicho informe, la Iglesia sólo puede animar a los cristianos a permanecer en sus países. Corresponde al Estado poner en práctica proyectos a fin de que se queden. Las autoridades religiosas consideran que hay que evitar que los cristianos alberguen el sentimiento de que son una minoría débil, y que los musulmanes se vean a sí mismos como la clase dominante.

El Padre Adib Khoury, del monasterio de San Moisés el Etíope, en la región de Damasco, no quiere creer que los cristianos emigren buscando solamente seguridad y estabilidad. Para él, la causa principal es la necesidad económica: «Remitámonos a finales del siglo xix, una época en la que, a pesar de haber una masiva emigración cristiana, ello no impidió que los inmigrantes se mantuvieran muy vinculados a sus países de origen y defendieran sus intereses en el extranjero. Fueron los precursores de la ideología panárabe».[22] Este religioso critica la acción descoordinada y tímida de las autoridades religiosas: «cada uno trabaja a su manera y sin una estrategia clara».

Conclusiones

«La cuestión ya no es ¿nos quedamos o nos vamos?,

 sino ¿cómo irse y cómo quedarse?»[23]

El regreso a la fuerza de los occidentales a la región después de la invasión de Kuwait por Saddam Hussein en 1990, volvió a poner en dificultades a las minorías cristianas. La guerra de Afganistán, el 11 de septiembre de 2001 y sus rebrotes no han contribuido a arreglar la situación. Con frecuencia, los medios de comunicación árabes han sabido interconectar las intervenciones en la región con el retorno de la ideología «invasora» de los nuevos cruzados. En las mezquitas se han alzado voces reclamando la salida de los «judíos y cristianos» de la región. La amalgama se hace rápidamente, y los árabes cristianos corren el riesgo de salir perdiendo. Frente al oscurantismo, algunos movimientos laicos están intentando reaccionar, pero carecen de margen de maniobra a causa de la intimidación de las autoridades políticas y la sociedad conservadora.

No parece —al menos de momento— que se pueda hablar de una emigración masiva de los cristianos de Siria. Pero sí es posible observar en este ámbito los siguientes hechos: entre las comunidades cristianas de Siria se está desarrollando un sentimiento de precariedad como respuesta al caos iraquí y la evolución de la situación en Líbano. El futuro de los cristianos de la región se percibe cada vez más sombrío, amenazado y limitado. Incluso en Siria algunos cristianos se muestran inquietos ante las manifestaciones que está adquiriendo el incesante aumento de la religiosidad entre algunos musulmanes. Una parte de ellos está bajo la influencia de la propaganda oficial, que «ve a los Hermanos Musulmanes por todas partes», y que intenta hacer creer, explotando de un modo no siempre hábil hechos que posiblemente son reales, que los «fundamentalistas», los «wahabíes», los «salafíes» y los «takfiríes» están dispuestos a pasar al ataque contra el Estado y la sociedad. Por tanto, sólo hay un medio de salir indemnes: manteniendo el statu quo.

Otra parte, que ve claramente cuál es el objetivo de la manipulación de la «amenaza islamista», se pregunta sobre la política llevada a cabo en este ámbito. Para los laicos, constituye una fuente de preocupación tanto el crecimiento de la religiosidad en las propias filas del partido Baaz y el hecho de que, a falta de partidos políticos dignos de este nombre, cada día se recurra de un modo más sistemático a lo religioso para manifestar la unidad nacional. Para estas personas, la negativa por parte del poder a autorizar una nueva asociación cuyo objetivo era «preservar la laicidad del Estado» no deja de ser una mala señal. Otros se preguntan si los cristianos no acabarán siendo utilizados como rehenes o para amortiguar los golpes en los enfrentamientos entre los propios musulmanes, que ya son corrientes en Iraq y en lo sucesivo pueden extenderse al Líbano. Los responsables religiosos cristianos se esfuerzan por convencer a sus fieles de que la solución no está en la huida. Pero carecen de argumentos convincentes, ya que, aunque la situación económica haya mejorado mucho para el 10 % de la población que se beneficia de las reformas económicas, para el resto ha empeorado.

Hoy en día hay de todo: cristianos que juran que jamás dejarán la región; otros a los que les cuesta dar el paso, y otros que ya han iniciado gestiones para marcharse. Unos y otros utilizan idénticos argumentos políticos, económicos, sociales, religiosos, culturales, etc. El «repliegue» de las ideologías, así como el empobrecimiento de las corrientes laicas, el aborto de las experiencias democráticas, el fracaso de las tentativas de desarrollo socioeconómico y el auge de los movimientos integristas forman un conjunto de factores que incitan a los cristianos a la emigración. Tanto aquí como en otros lugares, la solución está en instaurar una democracia que permita a los individuos trascender sus pertenencias primarias (tribales, de clanes, regionales y religiosas) y movilizarse para poner en práctica programas políticos y económicos en los que estos datos ya no signifiquen nada. La democratización de la vida pública en Siria, según el padre Paolo Dall’ Oglio, «no es una exigencia del exterior. Es un deseo profundo sentido desde dentro».

«Por toda Siria es frecuente encontrar algunos jóvenes a los que todo invita a irse y que, sin embargo, sin que puedan decir muy bien por qué, deciden quedarse. […] Enrolados en los numerosos movimientos de jóvenes de las diferentes Iglesias, resisten alegremente un futuro sombrío que, sin embargo, se muestra ineluctable», dice François le Forestier de Quillien, voluntario en Alepo del Organismo católico de cooperación internacional. ¿Hay que compartir la dimensión espiritual en la explicación de una cierta resistencia inicial? La respuesta a esta pregunta no puede ser fácil en un paisaje opaco que mezcla lo espiritual, la necesidad económica y el deseo de libertad. Finalmente, el obispo Esidor Battikha insiste: «como cristianos, a pesar de lo dura que resulta la vida aquí, percibimos que vamos a ser menos considerados en el extranjero. Nuestra patria está aquí y nuestro Jesús es de aquí».

Notas

[1] Palabras del escritor norteamericano Glan Chancy, en www.all4syria.org (1/11/2006).

[2] Este artículo forma parte de un estudio efectuado en el marco del proyecto CARIM (www.carim.org).

[3] Syrian Arab News Agency, 25 de diciembre de 2006.

[4] Ídem.

[5] Ídem.

[6] Ídem.

[7] Ibíd, p. 227.

[8] Shams al-Din Rifâ‘î, Târîkh al-sihâfa al-sûrîya (Historia de la prensa siria), tomo I, El Cairo, edición Dâr al-Ma‘ârif, 1969, p.71.

[9] Representada por la Declaración de Damasco por el cambio democrático (octubre de 2005).

[10] Mounir al-Ghadban : «Les chrétiens de Syrie: n’ayez pas peur de la démocratie sur votre destin dans la région», en www.levantnews.com, 26 de noviembre de 2006.

[11] Ídem.

[12] Padre Paolo Dall’Oglio, responsable del «Deïr Mar Moussa el-Habashi » (Monasterio de San Moisés el Etíope) en la región de Damasco.

[13] Entrevistado el 15 de noviembre de 2006.

[14] Entrevistado el 25 de diciembre de 2006.

[15] Ídem.

[16] Ídem.

[17] Jean-Clément Jeanbart, entrevistado en Alepo por François le Forestier de Quillien en noviembre de 2006.

[18] Ídem.

[19] Ídem.

[20] Antoine Odo, entrevistado en Alepo por François le Forestier de Quillien en noviembre de 2006.

[21] Diario al-Akhbar («Noticias»), de 22 de octubre de 2006, Beirut.

[22] Entrevistado el 20 de noviembre de 2006.

[23] Unsi al-Haj, diario al-Akhbar del 26 de octubre de 2006, Beirut.