Conflictos lingüísticos e identitarios: la berberidad

Tassadit Yacine

Etnóloga, École des Hautes Études en Sciences Sociales, París

La reivindicación lingüística e identitaria bereber es uno de los elementos que ha generado mayor debate en la Argelia de la segunda mitad del siglo XX. Se ha denunciado la marginación de una de las lenguas autóctonas del país en beneficio del árabe y el francés, en un intento de que asuma la posición que le corresponde como lengua originaria de la región. Pero ello es difícil, ya que el bereber carece tanto del prestigio intelectual del francés, como del carácter sagrado y  uniformizador de la identidad argelina del que se ha dotado al árabe con la finalidad de desvincularse de la cultura colonizadora dominante francófona. En este contexto, el reciente reconocimiento de la cultura bereber es más consecuencia de la pugna existente entre las distintas facciones del poder, que no de la voluntad real de promocionarla.

La riqueza y la multiplicidad de lenguas y culturas en Argelia han sido a menudo origen de conflictos debido a la complejidad de la historia del país y a la diversidad antropológica de su «pueblo». En efecto, los argelinos utilizan habitualmente como mínimo cuatro instrumentos lingüísticos (el bereber, el árabe culto, el árabe hablado y el francés). La lengua más antigua, el bereber, utilizada aún por poblaciones que viven en las montañas o en las regiones más distantes del sur de Argelia, es esencialmente oral, aunque se escribía en la época histórica.[1] Durante el reinado del gran Masinisa (238-148 a.C), rey de Numidia, ya se recurrió al púnico como lengua oficial. Este arrinconamiento de la lengua endógena volverá a repetirse a lo largo de la historia. La oposición lengua oral/lengua escrita se impuso, por así decirlo, en la práctica, y prosiguió con el latín (dos siglos antes de Cristo y dos siglos después) y a continuación con el árabe que, a partir del siglo VII, se impuso durante la conquista islámica. Una vez islamizados, los bereberes también adoptaron el árabe, lengua del Corán y la liturgia. Surgirá, pues, un árabe hablado que imprimirá una especificidad al lenguaje, es decir, un particularismo local a cada una de las regiones del norte de África. Se trata de una lengua que todavía se difundirá más a partir del siglo XI con la llegada de poblaciones más importantes que las precedentes, las tribus hilalianas, las cuales propagarán su lengua oral, caracterizada por un marcado mestizaje lingüístico.[2] En 1830, con la conquista de Argel, se añadió el francés a este fondo cultural como lengua oficial junto a otras lenguas, limitadas a partir de aquel momento a su expresión oral (siciliano, español, maltés, etc.).

¿Cómo se puede gestionar el patrimonio representado por este capital lingüístico y cultural? ¿Qué modelos servirán de referencia a los argelinos en su voluntad de recuperar una identidad nacional? ¿Cómo desmarcarse del colonizador tratando de reparar las injusticias cometidas? ¿Cómo, en fin, hacer frente al desafío sin medirse con la antigua potencia colonial? Conviene plantearse todas estas preguntas si se quieren entender las razones de la génesis de una situación tan compleja como la de Argelia, que tomó opciones a priori contrarias a su expansión. Si su desarrollo económico está calcado de los países del este, su modelo cultural, en cambio, es una mezcla arabo-islámico-baazista (de Irak y Egipto) y de centralismo cultural francés de la Tercera República, particularmente en lo tocante a la unificación de la lengua, que exige la erradicación de las hablas dialectales. 

Desde los comienzos de la independencia han coexistido estas prácticas culturales: por un lado, la francofonía, característica de medios más o menos favorecidos cuya lengua materna acostumbra a ser el árabe hablado[3] o el bereber y, por otro, la arabofonía, practicada por los menos privilegiados, cuya lengua materna acostumbra a ser el árabe hablado y en ocasiones el bereber. El poder imperante ha prohibido abiertamente la enseñanza de la lengua bereber, además de perjudicar de manera larvada el árabe culto, dispensando —dentro de un voluntarismo exacerbado— una enseñanza de peor calidad y, sobre todo, imprimiéndole un tinte religioso. Aparentemente, las formas de manipulación de la lengua árabe y el islam son diferentes, si bien en ambos casos se ha procurado controlar a toda costa el sistema escolar mediante la intervención en las distintas discrepancias sociales.

Las formas de distribución del capital lingüístico permiten comprender mejor la historia económica y social de este país que, en cualquier caso, es complejo, si bien es obvio que no basta con esta explicación. Aun así, es importante señalar que a cada una de las lenguas que se hablan en Argelia corresponde una categoría social, una identidad. La posesión de una de esas lenguas supone un reto real y simbólico que corresponde a diferentes tendencias en función de intereses coyunturales. Las luchas de estos grupos, latentes pero reales, se revelan actualmente a plena luz, entre ellas la utilización de la francofonía y de la bereberofonía por uno de los clanes del poder.

El francés, por ejemplo, lengua de una minoría, se habla en las ciudades, antiguos centros de colonización y herederas de una tradición escolar iniciada a finales del siglo XIX y, como veremos más adelante, en regiones rurales muy apartadas, como la Cabilia. Los francófonos favorecidos por el programa escolar son los que accederán a los mejores empleos; de éstos, los más codiciados son los de la función pública. Los hijos de esta primera generación, correspondiente a los notables, a los empleados modestos, a los obreros inmigrantes, son los que constituirán un sector activo antes y después de la independencia. En las ciudades, gracias a la creación de escuelas para europeos, algunos argelinos provenientes de medios desfavorecidos (el subproletariado urbano) consiguieron infiltrarse en las brechas del sistema colonial. En 1962 se tuvo muy en cuenta a este sector privilegiado a la hora de volver a empuñar las riendas del país (esto incluye a determinados sectores como el ejército, que se valió de la recuperación de jefes militares incorporados tardíamente al Ejército de Liberación Nacional). El sistema se encontró abocado a un verdadero dilema: ¿cómo se podía pretender hacer funcionar el Estado sin esta tecnocracia, que por otro lado era útil, y responder a las expectativas de un pueblo al que se había prometido el restablecimiento de su lengua y su religión, en otro tiempo vectores de movilización, por haber sido desdeñados y proscritos por el colonizador?

Ésta es una pregunta que jamás ha llegado a plantearse directamente en estos términos, aunque sí entre bastidores. Argelia funcionará con las dos lenguas, aun cuando la razón de Estado exigirá la imposición del árabe llamado «clásico» como lengua nacional y oficial de todos los argelinos. Los excluidos del sistema escolar en general (y los fracasados del bachillerato, los arabizantes en particular) pasan a ser recuperados por las escuelas religiosas, que se encargarán de formar numerosos directivos destinados a engrosar las filas de un cuerpo religioso cada vez más importante. El sector bilingüe, por su parte, atrae a una clientela reclutada en los medios más favorecidos: la nomenklatura argelina[4] y, por supuesto, la burguesía de nivel bajo y medio, además de otros grupos sociales asociados a ella, como la juventud de los barrios de Argel, designada por las masas populares con el nombre de Tchi-Tchi. Este grupo representa al mismo tiempo una categoría social y también una cultura diferente de la cultura argelina tradicional. Su rasgo cultural específico es que habla francés, dispone de espacios de ocio y tiene costumbres vinculadas en parte a Occidente. Sería falso afirmar, sin embargo, que el uso del francés corresponde a la única minoría dominante (aunque lo hable y lo transmita a manera de lengua materna), ya que esta lengua en cierto modo se ha «argelizado». Ya en tiempos de la colonización existía en Argelia un francés popular que se transmitía por vía oral dentro de las ciudades, lo que dio a Argelia su condición de país francófono. Es la lengua que hablan los taxistas, los ordenanzas, los empleados que atienden las taquillas, el personal de bares y restaurantes, los maestros de obras, las sirvientas, las videntes, etc.; es decir, un francés «popular» que se aparta del que habla la Tchi-Tchi desde que se «arabizaran» la filosofía, la sociología, la psicología, la historia y la geografía.

Los programas de la escuela primaria y secundaria impartieron enseñanza religiosa durante varios años. Asimismo, se crearon facultades de teología en Constantina y en Argel. Todo ello promovió el desarrollo de una «paracultura» que, junto con la construcción de más de diez mil mezquitas, llenó el vacío dejado por las instituciones del Estado, ya que una vez terminada la escuela secundaria más de trescientos mil adolescentes fueron enviados a sus casas. Las mezquitas se convertirán así en formidables estaciones culturales donde se dispensarán los rudimentos de la cultura religiosa y se propagará una doctrina islámica que será el vehículo de las consignas actuales: lucha contra la depravación de las costumbres, la corrupción y la injusticia. Primero latentes y después más abiertas, estas reivindicaciones políticas tendrán como punto de mira la cultura dispensada por el poder y transmitida por la minoría «occidentalizada», convertida en una meta privilegiada. Entroncará con esta trama otra cultura no islamista, ni arabista, ni berberista, sino en cierto modo «negacionista», ya que no sólo rechaza el poder –responsable de sus desgracias–, sino también a todos aquellos que le impiden vivir a su manera. Este rechazo de todo tiene como refugio el «trabendismo», palabra con que se conoce a las artimañas de todo tipo para adquirir productos de primera necesidad o a veces superfluos. Es una categoría que comprende desde el hombre de negocios hasta el traficante de drogas. La «gente del oficio» (del «trabendo») está protegida por oficiales del ejército o por servicios de seguridad que comparten las ganancias con ella.

Todos estos elementos permiten entender por qué la arabización ha sido un reto y por qué los oficiales siguen aún defendiéndola. En 1994, el general Zéroual anunció la arabización total del país pero, pese a su intención, el sistema continúa utilizando el francés, al igual que los francófonos, como fachada de una «cultura francesa moderna», sobre todo desde 1993. El francés se encuentra actualmente en una posición ambigua: sigue siendo un instrumento de comunicación de nivel internacional y, aún hoy, sigue permitiendo a los creadores y periodistas continuar una tradición cultural que tiene raíces muy profundas en Argelia. Pese a ello, casi todo el mundo minimiza su importancia, sobre todo en ambientes oficiales. Aunque la oposición a esta lengua es evidente a nivel político, no lo es en la práctica, ya que el francés fue y continúa siendo la verdadera lengua de pensamiento y creación de la élite argelina. Los titulados más buscados, los directivos más valorados, son los formados en escuelas francesas y, de manera especial, en escuelas militares (como Saint-Cyr y la Escuela Militar). Resulta evidente la admiración que despierta la elite francófona al ver la composición de los diferentes ministerios. Los puestos más importantes, o los que se juzgan más importantes, están en manos de francófonos o bilingües (en los capos de la economía, la vivienda, la política exterior, etc.). A los arabistas se les reserva la educación nacional, la información, las cuestiones religiosas y la justicia,[5] es decir, la gestión de la sociedad, hoy reservada a los islamistas reconocidos por el poder y llamados «moderados».

Tal vez, sin ser consciente de ello, el Estado creó, gracias a la escuela, una discriminación social de la que es el único responsable. Quiérase o no, debido a sus intereses culturales y sociales, la élite argelina es en general francófona y, a fin de sobrevivir, se ve obligada a manifestar su solidaridad con la clase dirigente. La arabización se reserva a la mayoría engañada, que no se tiene en cuenta, y en la actualidad constituye la presa de los islamistas, que aprovechan cualquier ocasión para responder a una demanda de justicia social atacando a los que ostentan el poder y a los que lo representan. Por ejemplo, un gran número de los periodistas que han sido asesinados hasta el momento eran francófonos. Como puede observarse, la discrepancia social y la discrepancia cultural se tocan. Viene a sumarse a esta confusión la cuestión crucial de la lengua bereber, sobre la cual se centran las manipulaciones políticas.

¿Por qué hay un problema bereber? ¿Dónde están los cimientos históricos y políticos de la reivindicación bereber? Es ciertamente difícil entender hoy en día los vínculos entre lengua y poder en Argelia y, en particular, el lugar que ocupa la reivindicación bereber (o, como se dice actualmente, tamazight) en el seno de la cultura argelina global; hasta tal punto se encuentra ésta determinada por los malentendidos que los poderes políticos fomentan con el objetivo de mantenerse en su sitio.[6] Si tratamos de analizar los prejuicios ideológicos que han rodeado esta cuestión en Argelia, entre éstos encontramos la oposición recurrente entre árabes y cabiles, bereberes y árabes o, mejor dicho, entre argelinos y bereberes, como si de etnias distintas se tratase. Entender los fundamentos de la reivindicación lingüística bereber presupone el conocimiento del contexto histórico y su aparición y, por consiguiente, la reconstitución de las condiciones en las que esta reivindicación ha venido evolucionando desde la independencia de Argelia hasta nuestros días.

Cuando se aborda la cuestión bereber, reaparece el espectro del «divide y vencerás» del colonialismo, con el abanico de estigmas y prejuicios recuperados por éste último y recogidos con toda intención por los nacionales. Aunque a menudo se haya asociado lo bereber con la francofonía, casi siempre ha sido erróneamente, si bien no se puede negar que existe un fondo de verdad, ya que el colonizador, al revelar la especificidad bereber (y más particularmente, cabila), ha intentado inútilmente servirse de ella en su política de división.

El Estado-nación, llámese como se quiera, no se constituyó sobre un pueblo homogéneo, ya que hubo siempre culturas regionales. La conciencia «nacional» y la identidad argelina se han forjado dentro de una dinámica de resistencia y respuesta al colonizador culturalmente dominante. Esta yuxtaposición voluntarista de culturas y grupos que han vivido lejos de los poderes centrales no resistirá, frente a la tendencia uniformizadora del Frente de Liberación Nacional, hasta el día después de la independencia. Los cabiles, por razones diferentes, no tendrán buena prensa pese a su participación activa en el movimiento nacional y pese también al papel que desempeñó la región durante la guerra de Argelia. El partido más antiguo de la región, el Frente de las Fuerzas Socialistas de Hocine Aït Ahmed, luchó, al igual que la zona autónoma de Argel, contra la toma del poder de las fronteras por el ejército en 1962.

Culturalmente, la entrada en el patrón árabe y musulmán parecía imposible de imaginar en estas regiones celosas de su especificidad cultural. Más que el Aurès, el Mzab o el lejano Hoggar, la Cabilia, por su situación geográfica próxima a Argel, su mapa escolar, su densidad demográfica en el interior de los pueblos de montaña, su falta de tierras cultivables y, finalmente, por el éxodo rural y la inmigración resultante, se ha visto empujada a abrirse al mundo contemporáneo cuestionando algunos de sus valores tradicionales. La escuela de Jules Ferry fue favorablemente acogida en la zona después de haber sido rechazada en otras regiones. En Francia, los sindicatos han servido de enlace en la politización de estos campesinos proletarizados. Esta convergencia de hechos históricos y sociológicos dio como resultado una transformación progresiva de la Cabilia favorecida por el poder imperante. El particularismo exhibido hoy de forma voluntarista no puede ser relacionado con la rebelión que tuvo lugar en la zona durante el verano de 1963. La conversión operada fue flagrante: lo cultural se transformó en político –ámbito del cual el sistema sabrá obtener los correspondientes beneficios.

Sin remontarnos a principios de siglo, podemos decir que, desde 1962, el reconocimiento de la cultura bereber representa uno de los problemas esenciales planteados al Estado.[7] En todo este tiempo ha prevalecido en Argelia la tendencia conservadora de los fundamentalistas (conocidos con el nombre de ulemas), que ilustra muy bien Bâchir Al-Ibrâhîmî, quien declaró que la lengua árabe era, en Argelia, «una mujer libre que no admitía rival».[8] Así pues, las dos lenguas se presentan como competidoras que se disputan la legitimidad: la primera (el bereber, aquí la rival) se fundamenta en su antigua historia milenaria, mientras que la segunda (el árabe, que viene a ser la esposa legítima) lo hace en su carácter sagrado y erudito, que le confiere un estatuto de universalidad. La reivindicación lingüística e identitaria bereber se planteó desde la década de 1950 en el seno del movimiento nacional para la reivindicación de la independencia de Argelia. Primeramente fue eliminada en el seno de la dirección del partido por obra de los partidarios del araboislamismo, que en esto seguían los fundamentalismos de la época. Desde la crisis de 1948, en la que militantes del movimiento nacional fueron excluidos del terreno político, la cuestión bereber no cesó de verse rechazada hasta 1980. Pero no por ello dejó de estar vigente cada vez que se planteaba un problema político, tanto a escala regional como nacional. Desde 1963 hasta 1988, el poder central no cesó de negar importancia al problema planteado y reducirlo a una simple reivindicación regionalista.

Habrá que esperar a 1980 –es decir, cerca de veinte años– para que se replantee con fuerza la cuestión bereber, a pesar de los atropellos, vejaciones y represiones policiales de todo tipo que los militantes y simpatizantes de esta causa tendrán que sufrir. Se comprenderá, pues, que en este año aparezcan importantes manifestaciones populares después de la prohibición impuesta al escritor Mouloud Mammeri de pronunciar una conferencia sobre la literatura cabila.

Esta reivindicación, iniciada en un primer momento por una élite de origen rural, compuesta en su mayoría por maestros formados bajo la Tercera República, y posteriormente por dirigentes políticos del movimiento nacional formados en escuelas francesas, se transformará en protesta popular gracias los errores del sistema. Aunque los berberófonos hablan también el árabe popular —o, para algunos, culto—, no por ello dejan de estar unidos a su lengua materna y a su lengua de cultura, el francés. A excepción de algunos raros arabizantes, la élite cabila es sobre todo francófona.[9] Por otra parte, gracias a la francofonía se ha conseguido la recuperación de la lengua materna, mientras que el árabe clásico alienta la represión de las lenguas habladas, comprendido el árabe popular.

Como consecuencia del fuerte descontento provocado por numerosas decepciones, se desencadenó un auténtico movimiento popular llamado Primavera bereber, de base muy amplia y con distintas consignas. A las cuestiones lingüísticas e identitarias se han sumado otras quejas, ampliamente compartidas por una juventud argelina despreciada y vejada por el sistema. Este movimiento, pronto reprimido por las fuerzas del orden, consiguió reunir a descontentos de todo tipo (sindicalistas, periodistas –entre ellos, mujeres–), a excepción de los islamistas, razón por la cual se movilizó en su contra el poder de la época. A partir de 1982, éste empezó a utilizar a los islamistas contra los berberistas, así como contra cualquier otra forma de protesta de esencia democrática. Puede afirmarse, además, que los islamistas se sentían lo bastante fuertes como para hacer prevalecer sus opiniones políticas en las universidades por el hecho de apoyarse en la legitimidad religiosa.

La principal dificultad que se ha planteado al movimiento cultural bereber es que, estos últimos años, como toda fuerza con una base sólida que desafía al poder, se ha visto obstaculizado por la política, sobre todo desde 1982, fecha en la que algunos militantes como Saïd Sadi optaron por la incorporación política al poder y abandonaron el Frente de las Fuerzas Socialistas para organizarse como fuerza política. Así pues, surgieron numerosas disensiones internas en las que el poder representado por la policía política intervino con gran habilidad. No es difícil adivinar la continuación de los acontecimientos.

Es evidente que esta fragmentación no beneficiará a la población, sino sobre todo al poder político. Y también a aquellos que, cansados de una oposición larga y poco gratificante, pueden sentir la tentación de atribuirse puestos más o menos importantes en las instituciones del Estado. Al aceptarlos, acaban por perder de vista sus reivindicaciones originales. Con los motines de 1988, durante los cuales se perfilaron con gran nitidez los juegos políticos, esta cuestión pasó a convertirse en un verdadero reto del poder: para unos (miembros del partido Reunión por la Cultura y la Democracia) constituye un medio de acceder a él; para el poder instalado es un medio de manipular a la juventud de la región.

El vínculo social más importante en la Cabilia es la cultura antes que la política, aspecto del cual es plenamente consciente el poder en Argelia. El Movimiento Cultural Bereber, una de las fuerzas principales de la Cabilia, sufrirá a su vez, a partir de 1993, algunas escisiones a consecuencia de la falta de sensibilidad de Reunión por la Cultura y la Democracia. Éste último tenía como misión la recuperación del Movimiento Cultural Bereber al hacerse pasar por el único portaestandarte de la cuestión bereber. Para ello tuvo que ocuparse de conservar el monopolio de la legitimidad cultural combatiendo todo aquello que quedaba fuera de su ámbito. Se comprenderá, pues, que a partir de entonces el Movimiento Cultural Bereber se dividiese, y que la fragmentación de la Cabilia en varios partidos políticos y varias tendencias culturales favoreciera al poder al permitirle intervenir en las divisiones. Con el terrorismo y la violencia que desgarran Argelia, la situación se complica y las divergencias políticas entre Reunión por la Cultura y la Democracia y el Frente de las Fuerzas Socialistas se agudizan más que en 1988. El terrorismo servirá para camuflar los verdaderos problemas políticos y, al comprometer las condiciones, para obstaculizar el advenimiento de la democracia. RCD y FFS juegan su carta respectiva: el primero preconiza «la erradicación» del islamismo, denuncia el poder, apoyando al mismo tiempo las iniciativas de la fracción más dura del ejército, y sirve de este modo de simulacro de democracia (véanse en este sentido las dos últimas elecciones); el segundo, optando por una solución práctica, defiende la Constitución y denuncia la suspensión del proceso electoral de diciembre de 1991, proponiendo un diálogo nacional al que serían invitadas a participar todas las sensibilidades políticas, incluidos los islamistas. Estos dos partidos han inscrito el reconocimiento del tamazight en su programa,[10] aun cuando el RCD parece más interesado en los juegos políticos y el rechazo de toda solución negociada del conflicto.

La cultura bereber, como muchos aspectos problemáticos que se plantean en Argelia, es utilizada en las luchas entre las diferentes facciones del poder. Pero no se puede hablar propiamente de una voluntad real de reconocer esta cultura. Se trata únicamente de hacer vacilar a la Cabilia en un terreno incierto por haberse mostrado hostil a los islamistas durante las elecciones de 1991. Así pues, el poder argelino, que tiene una memoria corta, olvida su política de marginación, llevada a cabo desde hace más de treinta años. Por este motivo, la explotación de los descontentos o las promesas de promoción política a ciertos jefes locales dan siempre al poder esperanzas de levantar la Cabilia contra los islamistas, lo que se cree que le permitirá no mancharse en una guerra sucia en la que, sin embargo, ya se ha comprometido ampliamente.

No es fácil poner en su sitio el reconocimiento de la cultura bereber, aun suponiendo que las instituciones traigan a colación los esfuerzos necesarios. Ha habido que esperar casi treinta años para comprobar los estragos ocurridos a causa de una mala gestión de la educación. No basta con reconocer una lengua o una cultura esgrimiendo consignas abstractas. Hay que velar para que se lleven a la práctica. Si hay que separar lo religioso de lo político, también es necesario separar esto último de lo cultural.

Para expansionarse, los argelinos necesitan su lengua materna (bereber y árabe hablado) al tiempo que se abren a las demás culturas, incluso extranjeras, de la misma manera que el francés se ha convertido en lengua de expresión política, creación y liberación. ¿Por qué el inglés ha encontrado su sitio en países árabes y musulmanes como Arabia Saudita, Jordania y muchos otros, mientras que el francés ve negada la entrada en un país donde tiene profundas raíces? Privar a Argelia de su diversidad cultural y lingüística equivale a condenarla inexorablemente a la dictadura y a la negación de los derechos elementales del individuo, ya que la pluralidad lingüística y cultural constituye un elemento previo al advenimiento de la democracia y el pluralismo político.

Notas

[1] Aunque el alfabeto bereber antiguo ha desaparecido del norte de África, todavía se habla en el sur del Sáhara, donde se conoce con el nombre de tifinagh.

[2] Esta lengua procede del árabe con un importante sustrato bereber; también están presentes el fenicio, el hebreo y diferentes dialectos latinos hablados en el Mediterráneo. Es una lengua hablada común a varios países de África del norte  (Libia, Túnez, Argelia, Marruecos, Mauritania) con sus especificidades locales.

[3] El árabe hablado es la lengua de la mayoría de los argelinos. Junto con el bereber, es una lengua hablada estigmatizada y, pese a ser ampliamente practicada por la población, no está reconocida.

[4] Esta élite prefiere escolarizar a sus hijos en las escuelas francesas.  El Lycée Français Descartes ha desempeñado una función muy importante en este sentido.

[5] A simple vista puede parecer una actitud demagoga, pero no se trata únicamente de eso. Desde el principio, el sistema se vio atrapado por los compromisos adquiridos por los ideólogos del movimiento nacional. Desde los Jóvenes Musulmanesde la década de 1920, pasando por los fundamentalistas de 1940, hasta el Frente de Liberación Nacional de 1954, la reivindicación del árabe y el islam ha sido uno de los elementos de recuperación de la identidad nacional. En las representaciones se considera que el árabe clásico es la base del Corán. Poner en entredicho su condición de lengua sagrada para convertirla en lengua profana era, para muchos, un sacrilegio.

[6] Pienso en el poder colonial y en el poder nacional argelino, que, para  resolver la cuestión, tuvieron que acudir a los estereotipos forjados por los colonizadores sin examinar de cerca la aportación de los verdaderos conocedores del tema, que son precisamente los que disponen de los instrumentos que permiten entenderla. Pienso en los trabajos de Émile Masqueray, Jacques Berque, Gabriel Camps, Charles-Robert Ageron, Germaine Tillion, Pierre Bourdieu, etc. Ha habido eminentes intelectuales que adoptaron una postura a favor de la autodeterminación de Argelia pero no tuvieron seguidores en su visión plural y compleja de la cultura argelina. En Argelia ha primado la visión jacobina del Estado francés.  Así pues,  en  detrimento de la variedad de lenguas, culturas y prácticas religiosas,  se ha querido imponer una única lengua (el árabe), un solo pueblo (el pueblo árabe), una sola religión (el islam). Bâchir Al-Ibrâhîmî (cf. infra) declara: «La verdad es que la nación [argelina] es árabe y que los cabiles son musulmanes árabes, su libro es el Corán, lo leen en árabe y escriben en árabe y no quieren otra alternativa ni de su religión ni de su lengua.», Awal, 15, 1997, p. 90.

[7] Lo mismo ocurre en otros países del Magreb donde, en la actualidad, la lengua bereber no está reconocida como lengua oficial, nacional ni de enseñanza. Sólo al sur del Sáhara, en Níger y Malí, se considera que el tuareg es una lengua nacional junto a otras lenguas africanas.

[8] Diario Al-Basâ’ir. Cf. Awal, 15, 1997, pp. 8-87.

[9] Hay pocos intelectuales cabiles que sean arabizantes, pero ha habido algunos ministros cabiles arabizantes que el sistema ha aprovechado para combatir la reivindicación.

[10] No son los únicos, ya que el Frente de Liberación Nacional e incluso el Frente Islámico de Salvación también precisaron que el tamazight debía ser reconocido junto al árabe y al islam.