Hijos de la utopía

Mohamed El Amrani

Emprendedor, comunicador y activista social

Los acontecimientos históricos sucedidos en los últimos tiempos han demostrado que los jóvenes no se evaden de los problemas con lamentaciones, sino que exigen y promueven cambios en la sociedad con el fin de que esta evolucione hacia una convivencia pacífica y en armonía con el entorno. Para ello, los jóvenes que se encuentran entre dos culturas desempeñan un papel fundamental, ya que su experiencia les permite crear sinergias contra la polarización y encontrar espacios de diálogo y reflexión lúcida. En este proceso, la tecnología puede resultar una herramienta muy útil para generar ecosistemas más abiertos donde la cooperación internacional sea una prioridad para los distintos países. Asimismo, es necesario que esos jóvenes de origen diverso sean capaces de ejercer un liderazgo social sano, empático y transversal que nos ayude a avanzar hacia un mundo, y un Mediterráneo, más inclusivo, justo y pacífico.


Dicen que el lenguaje crea realidades, y es totalmente cierto. La fuerza de una palabra es capaz de golpear almas, transformar personas e incluso moldear mundos. El ser humano siempre ha mostrado una obsesión por definir su entorno a través de etiquetas y conceptos a menudo prefabricados. Puede parecer algo anecdótico, pero para las personas que siempre hemos vivido entre dos mundos, expuestos a las diferencias e identidades múltiples, el poder del vocabulario resulta determinante. El ejemplo más evidente surge al hablar de los jóvenes de padres migrantes mediante expresiones como «segunda generación de inmigrantes», hechas con buena intención, pero que se convierten en una auténtica sentencia para la cronificación de la condición de migrantes. Un día, nuestros abuelos y padres tuvieron que dejar su país de origen para buscar nuevas oportunidades fuera de sus fronteras y, con el tiempo, se establecieron en otros lugares donde formaron sus familias. Hoy, nosotros heredamos esa etiqueta de inmigrantes sin haber estado nunca en tránsito, condenados por las apariencias y los prejuicios a vivir eternamente en un limbo deslocalizado y etéreo, a la vez que orgullosos de un origen que, cuando lo comprendemos, nos hace mejores.

Los caminos de esa primera inmigración de los años sesenta, protagonizada por hombres y mujeres que vivieron un arduo proceso lleno de experiencias vitales marcadas por la renuncia de sus vidas cotidianas a cambio de nuevas opciones en otros lugares más lejanos, se bifurcan ahora con los senderos de sus hijos, que han nacido en la tierra de acogida y han tenido que aprender a crecer y vivir amando la complejidad de su diversidad.

«Oh inmigrante, ¿hacia dónde vas? Tarde o temprano te cansarás y terminarás por volver», cantaba el añorado Rachid Taha en una de sus míticas canciones, El emigrante. En ella, el artista hace una interesante reflexión sobre ese inquietante momento en el que alguien decide marchar con la esperanza de regresar algún día con la fugacidad del tiempo, cuando vea cumplida su misión de labrarse una vida mejor. En la misma canción o, mejor dicho, en lo que ya es un himno para las personas que un día lo dejaron todo atrás, el propio cantante se lamenta y reconoce que el viaje emprendido es irreversible y marcará para siempre a sus protagonistas. Algo así como una fatalidad del tiempo y las circunstancias que se va asumiendo a medida que avanza la experiencia, y que acaba disipándose junto a la culpa, la fragilidad, la incertidumbre y el miedo de haber partido.

Los hijos de la inmigración asumimos con total naturalidad el nuevo paradigma y adquirimos los valores y las formas de entender la vida del lugar de nacimiento junto a los del origen familiar. A los jóvenes que formamos parte de esta realidad nos surgen constantemente «las raíces y las alas» para conectar con nosotros mismos y volar hacia lo desconocido desde la libertad y la empatía. Vivimos una lucha constante entre lo establecido por imposición y los sueños de aquello que queremos llegar a ser. Se trata de un proceso de construcción de una identidad que fluye entre diferentes mundos y realidades, y que se labra en medio de constantes luchas internas para prolongarse, expandirse y hacerse aún más compleja con el paso del tiempo.

Claves para un Mediterráneo inclusivo

Los jóvenes mediterráneos compartimos mucho más de lo que creemos. La forma de entender el mundo y los valores que encarnan nuestra generación representa una esperanza que debe anteponerse al pesimismo crónico. Nos une la búsqueda de horizontes que apuesten por la universalidad, por encima de los males de la globalización. Creemos en una sociedad capaz de ser maleable y flexible ante las adversidades, pero a la vez íntegra y fiel al compromiso democrático y de progreso humano, que entiende la igualdad y la justicia social como pilares fundamentales e irrenunciables de la sociedad. La multitud de movimientos sociales y la creación de organizaciones cívicas y sociales que enriquecen las diferentes regiones en ambas orillas son un ejemplo claro de esas creencias.

Tal vez los grandes desafíos de los últimos tiempos han obligado a acelerar ese proceso de organización y proactividad: desde la grave crisis económica de 2008, pasando por las distintas movilizaciones y reivindicaciones sociales, hasta la crisis sanitaria protagonizada por el virus del Covid-19. Muchas son las barreras que se han impuesto y que ya forman parte de un pasado turbulento, un presente inestable y un futuro incierto. Para hacer. frente a este contexto, es vital creer en la juventud más allá de las apariencias, políticamente hablando. Es importante centrarse en cinco aspectos esenciales que, en mi humilde juicio, deben constituir la hoja de ruta de los próximos años:

Nuevos liderazgos, nuevas voces

Dentro de la realidad que estamos describiendo, es necesario que existan jóvenes de origen diverso capaces de ejercer un liderazgo sano, empático y transversal. La juventud del Mediterráneo debe vincularse con sus respectivas comunidades para emprender nuevas iniciativas colectivas que trabajen desde el pragmatismo y el ánimo constructivo, sin caer en victimismos y con ánimo de influir en el cambio mediante el ejemplo personal, el carácter integrador y la capacidad de comunicación. Afortunadamente, ya son muchas las personas que están desempeñando ese papel: a lo largo de toda la geografía, existen multitud de líderes comunitarios que, desde el ámbito local, inciden en el ámbito global. La clave está en generar sinergias que les permitan darse a conocer ante la opinión pública en cuanto que agentes sociales con autoridad, en el mejor sentido de la palabra, y poder de decisión. Esos referentes inspiradores son una herramienta fundamental para la cohesión social.

Solidaridad y cooperación internacional

Si algo nos ha demostrado la pandemia del Covid-19 es la fuerte interconexión y las interdependencias que existen entre los estados. En efecto, se ha puesto en evidencia la fragilidad de nuestros sistemas, y se ha revelado la artificialidad e inoperancia de lo preestablecido por inercia. Es el momento de cuestionarlo todo y dar la vuelta a la situación para generar ecosistemas más abiertos, donde la cooperación internacional sea la máxima entre los diferentes países. Necesitamos más colaboración y menos competición, menos duplicidades y más fuerzas y recursos compartidos. Como parte de la ciudadanía, debemos exigir a nuestros responsables políticos un cambio de modelo para trasladar a la cotidianeidad, a las organizaciones y empresas, una. filosofía que revise la escala de valores colectivos, que puede y debe ser transformadora. Cuando la incertidumbre es la nueva norma, el aislamiento y la inacción nunca deben ser la respuesta. A su vez, debemos actuar desde un enfoque de solidaridad entre pueblos, entendiendo, por ejemplo, que hay aspectos tan importantes como la gestión de la diversidad y el drama de las migraciones y los refugiados que son asuntos humanitarios, y no atañen única y exclusivamente a las fronteras entre estados.

Igualdad, justicia social y consciencia ambiental

No podemos esbozar un futuro Mediterráneo sin igualdad y justicia social. Igualdad entre hombres y mujeres, igualdad de oportunidades entre personas en riesgo de exclusión social y que forman parte de colectivos vulnerables, libertad para que cada persona sea quien quiera ser y crea en sí misma, igualdad en el acceso a los derechos universales, como la educación o la sanidad. Justicia social para garantizar la equidad y el acceso a los recursos sin distinciones de raza, religión, color, nacionalidad o sexo. Todos estos factores son determinantes para que las sociedades puedan avanzar en paz y concordia, pues no hay paz sin justicia social. Caminar hacia ese anhelado escenario conlleva asumir los errores y ser críticos con el estatus actual, que exige una redistribución de la riqueza y nuevos modelos productivos que impliquen una mayor inversión en economía social y solidaria. Asimismo, no debemos olvidar la emergencia medioambiental, ya que hacen falta medidas que frenen el avance del golpe devastador que estamos propinando al planeta con el cambio climático. Movimientos como Fridays for Future o Me Too han demostrado la profunda conciencia social de los jóvenes y han logrado sonrojar a los grandes mandatarios del planeta al ponerlos ante el espejo de la realidad, sin perder por ello el inconformismo y la sonrisa.

Innovación y digitalización

La revolución tecnológica está provocando grandes cambios en la forma que las personas tenemos de entender el panorama actual. La digitalización nos ha traído importantes avances gracias a nuevas herramientas como los macro datos, la inteligencia artificial, la impresión en 3D, la realidad virtual y aumentada, la revolución de la conexión 5G, los drones, la robótica, el internet de las cosas o el elearning, entre muchas otras. Todos ellos son logros científicos que nos permiten avanzar resolviendo problemas endémicos. Modernizar y digitalizar nuestras organizaciones y entidades nos va a garantizar más prosperidad, aunque debemos tener claro que no hay futuro tecnológico y digital sin una reflexión ética y moral que lo acompañe. Los jóvenes no entendemos el mundo sin la tecnología, que ha impregnado no solo las comunicaciones, sino la forma de entender la religión o el intercambio intercultural. Se trata de un lenguaje nuevo y toca hacer las cosas de un modo distinto a como se han venido haciendo hasta ahora, buscar soluciones nuevas a problemas antiguos desde la innovación social.

Participación y vocación democrática

Cuanto más conectados estamos, más individualistas somos, lo cual resulta paradójico. El ruido mediático está generando importantes cámaras de eco que nos conducen hacia la polarización social, donde se reduce el espacio para el diálogo y la reflexión lúcida. Debemos educar a los más pequeños para que puedan desarrollar una actitud crítica y prepararlos para un mundo marcado por las post verdades y las noticias falsas. Ante el peligro de la extinción de los espacios para el encuentro, es necesario crear medios para acercar a las personas. Es hora de recurrir a nuestros valores democráticos y reivindicarlos con fuerza, ante las amenazas del populismo y la demagogia, que tan solo producen dolor.

Hacia una sociedad intercultural

Los últimos acontecimientos nos ayudan a intuir hacia dónde se encamina esta nueva década. Se avecina un mundo roto, endeble, inquietante, en el que nos tocará sepultar las grietas y fracturas con pasión y determinación. Que el hastío de la política y la penumbra de la cruda realidad no nos nublen los ojos. Como jóvenes que vivimos entre dos aguas y dos culturas, pongamos nuestra realidad y diversidad al servicio de la gente. Las sociedades interculturales son más imprescindibles que nunca.

Los acontecimientos históricos de este último año han demostrado que los jóvenes ya no se evaden de los problemas con lamentaciones, sino que exigen y promueven cambios. Uno de los momentos más duros y que más tensión ha generado, a la vez que impactado profundamente en la conciencia de todos, ha sido el asesinato de George Floyd en Estados Unidos a manos de la policía de Minneapolis, un hecho que desató la rabia y marcó un antes y un después, sin lugar a duda. El hartazgo de millones de jóvenes ha sido un grito unánime, que ahora busca cómo imponer de una vez por todas la justicia

y eliminar el racismo y la xenofobia de las instituciones. Se trata de una reivindicación que traspasa las fronteras americanas, y que muchos jóvenes del Mediterráneo ya han hecho suya, puesto que las causas y circunstancias de la muerte de George Floyd se asemejan a muchas de sus realidades, marcadas por la injusticia y el odio. Sería un error hacer oídos sordos a ese hecho y pensar que es algo lejano, como si no fuera con nosotros, porque nos incumbe más de lo que creemos. Es el momento de analizar con serenidad y sentido común los sistemas de inclusión y acogida de nuestros países, más allá de las buenas intenciones, que se quedan en palabras superficiales.

Los jóvenes, herederos de la utopía de sus padres y abuelos, que los empujó a buscar y crear un mundo mejor, están cambiando ya el rumbo de la historia.