afkar/ideas
Co-edition with Estudios de Política Exterior
Cambio y continuidad de la política de Estados Unidos en el Magreb
EE UU muestra un interés creciente hacia la zona para lograr una estrecha cooperación militar, económica y de seguridad.
Yahia H. Zoubir, director académico en Thunderbird. The Garvin School of International Management (Europa)
Aunque normalmente Estados Unidos ha prestado poca atención al Magreb, siempre ha habido épocas en las que se recupera y aumenta el interés político y económico. A menudo, los dirigentes estadounidenses han considerado que el Magreb caía dentro de la zona de influencia de Europa, principalmente de Francia. Hay al menos tres periodos en los que EE UU se ha interesado por la región: la Segunda Guerra mundial, el periodo de descolonización durante los años cincuenta y sesenta, y el conflicto del Sáhara Occidental hasta los años ochenta. En el periodo posterior a la guerra fría, el interés estadounidense por el Magreb aumentó debido a lo inevitable de la globalización.
Desde el 11 de septiembre de 2001, EE UU ha prestado aún más atención a la región como consecuencia, en parte, de que algunos miembros de la red terrorista Al Qaeda, los denominados “árabes afganos”, son de origen norteafricano. A finales de la década de los noventa, los políticos estadounidenses expresaron un fuerte interés por la aparición de una entidad regional magrebí centrada en el mercado. Sin embargo, la no resolución y la perpetuación del conflicto del Sáhara Occidental sigue siendo fuente de tensión en la zona y el principal punto de discordia entre Argelia y Marruecos, que conforman la espina dorsal del proceso de regionalización. Desde su inicio en 1975, este conflicto ha exacerbado las relaciones argelino-marroquíes, dificultando así la integración económica magrebí si antes no se soluciona la disputa entre Marruecos y los nacionalistas saharauis.
Objetivos de la política estadounidense en el Magreb
En la actualidad, EE UU fomenta en el Magreb un tipo de desarrollo que promueve el crecimiento económico sostenido. Su principal interés es económico; el indicativo más claro es la Iniciativa Eizenstat, o Alianza Económica entre EE UU y África del Norte, lanzada en 1999 –posteriormente denominada Programa Económico Estadounidense para África del Norte– cuyo objetivo era “vincular mucho más entre sí a EE UU y a los tres países de África del Norte en lo referente a comercio e inversión, para fomentar más el comercio entre nuestros países, animar a más empresas estadounidenses a invertir en la región y crear empleos bien remunerados […] y fomentar la reducción de las barreras internas entre los países de África del Norte que han impedido los flujos de comercio normales entre esos países”.
Implícito en esta declaración está el apoyo a los tres países del Magreb para que revitalicen la Unión del Magreb Árabe (UMA) –excluyendo a Libia y Mauritania– y reabran la frontera argelino-marroquí, cerrada desde agosto de 1994. El Programa Económico Estadounidense para África del Norte –que ahora forma parte de la Iniciativa Global de Partenariado en Oriente Próximo (BMEPI)–, sigue siendo un constante recordatorio de que EE UU quiere que el Magreb se convierta en una entidad integrada, que finalmente se expanda hacia el Este. Ciertamente, con la actual mejora de las relaciones entre Libia y EE UU, dicha expansión ya no resulta exagerada. La insistencia estadounidense en la alianza económica difiere, por consiguiente, de la integración política perseguida por la Unión Europea (UE) dentro de la alianza euromediterránea.
Durante la mayor parte de la década de los noventa, la principal preocupación de EE UU en la región fue la situación altamente volátil de Argelia. La incertidumbre en este país fue la razón de que EE UU y otros países desearan mantener el statu quo en el conflicto del Sáhara Occidental. El surgimiento del islamismo radical en Argelia y el caos que los analistas previeron de producirse un triunfo islamista en las urnas, o su llegada al poder mediante la insurgencia armada, reforzó la importancia de Marruecos para EE UU y para muchos países europeos, Francia en particular, como fortaleza de estabilidad y baluarte contra el islamismo radical, de la misma forma que constituyó un bastión contra el comunismo durante la guerra fría. A EE UU y Europa les preocupaba las consecuencias para Europa de que Argelia o Marruecos se desestabilizasen. Además, un Marruecos debilitado facilitaría el ascenso del islamismo radical en ese país, lo cual tendría como consecuencia una emigración masiva hacia Europa.
Marruecos: pilar de EE UU en el Magreb
En la política exterior de EE UU, Marruecos sigue siendo un pilar para su presencia en el Magreb y Oriente Próximo, especialmente para la Sexta Flota estadounidense en el Mediterráneo, y para el “proceso de paz” de Oriente Próximo. Tras el fin de la guerra fría, la ayuda económica y militar estadounidense se mantuvo en un nivel relativamente bajo, pero desde entonces Marruecos ha recuperado la categoría de aliado importante.
La primera causa de esta recuperación ha sido el apoyo marroquí a la guerra del Golfo de 1991, incluido el envío de 2.000 soldados marroquíes a Arabia Saudí. La segunda fue la inestabilidad de Argelia durante la mayor parte de la década de los noventa. El espectro de una revolución islamista radical en África del Norte situó a Marruecos nuevamente en el papel de “baluarte” contra las fuerzas extremistas antioccidentales. La capacidad del rey Hassán II para reprimir los movimientos islamistas radicales en su propio país lo convirtió en un intermediario particularmente útil contra dichas fuerzas. La tercera razón para el apoyo de EE UU se puede relacionar con el impulso a las reformas económicas de libre mercado, que incluyen una privatización a gran escala que coincide con los objetivos ideológicos estadounidenses.
El apoyo a Marruecos en el Congreso de EE UU también es significativo, especialmente porque Marruecos es considerado menos antagónico a Israel. A pesar de las violaciones de los derechos humanos, Washington ha mantenido la misma política hacia Marruecos. De esa forma, el gobierno de George W. Bush ha fortalecido la cooperación económica y militar, que ha sido casi conspicua en el área del antiterrorismo. A los ojos de EE UU, Marruecos se distingue también como modelo de democracia en el mundo árabe. En noviembre de 2003, Bush anunció que “EE UU estaba tomando medidas importantes para fortalecer sus relaciones con el reino [de Marruecos], en particular medidas destinadas a desarrollar la cooperación económica y militar, así como la cooperación en la lucha antiterrorista.
EE UU estaba también a punto de conceder a Marruecos la consideración de aliado de larga duración”. Sin embargo, es digno de mención el hecho de que a pesar de su firme respaldo, EE UU se niega a reconocer la soberanía marroquí sobre el disputado Sáhara Occidental, para evitar enemistarse con aquellos congresistas estadounidenses partidarios de que se celebre un referéndum en dicho territorio, pero también para evitar enemistarse con Argelia.
La evolución de las relaciones entre EE UU y Argelia
A finales de la década de los noventa, las relaciones entre EE UU y Argelia contemplaron a todos los niveles un gran desarrollo respecto a lo que habían sido hasta entonces. El antagonismo político e ideológico del pasado había desaparecido. Lo que mejor ilustró dicha evolución fue la visita oficial del presidente Abdelaziz Buteflika a EE UU en julio de 2001. La creciente influencia de Argelia dentro de la Organización para la Unidad Africana (OUA), junto al creciente eje Argelia-Nigeria-Suráfrica, no pasó desapercibida en Washington. Además, los políticos estadounidenses son conscientes de que la resolución del conflicto del Sáhara Occidental, es imposible sin la aquiescencia de Argelia. EE UU había comprendido que era necesario cooperar con este país en materia de terrorismo mundial mucho antes del 11-S.
Estos atentados acercaron más a ambos países, como mínimo en lo referente a la cooperación en materia de seguridad. A pesar de algunas reservas, Argelia aceptó unirse a la coalición internacional liderada por EE UU. Las autoridades argelinas entregaron a Washington una lista de cientos de sospechosos de ser militantes islamistas argelinos huidos a Europa y EE UU, y ofreció su cooperación en materia de seguridad e inteligencia. Buteflika visitó Washington por última vez el 5 de noviembre de 2001; su viaje se centró principalmente en la guerra mundial contra el terrorismo. Los argelinos obtuvieron resultados políticos positivos de esta visita: apoyo para la lucha antiterrorista en Argelia, respaldo al manifiesto de la OUA en Argel sobre la lucha contra el terrorismo, condena de las tomas violentas de poder en África, y respaldo a la actual diplomacia de Argelia en África y en el Mediterráneo.
La CIA, el FBI y la NSA siguen solicitando la ayuda de los argelinos, que han adquirido una valiosísima experiencia en la lucha antiterrorista. Más relevante es que, aunque declinó vender a Argelia armas de guerra, EE UU ha aceptado proporcionar a sus fuerzas de seguridad equipamiento efectivo para ayudarles a eliminar las bolsas restantes de militantes armados en las áreas rurales. Por supuesto, este reforzamiento de las relaciones entre EE UU y Argelia no habría resultado tan fácil sin el papel regional cada vez más destacado desempeñado por Argelia, que ha contribuido a la preservación de la seguridad en el Mediterráneo, una región vital para la Alianza Atlántica.
Debido a que la OTAN reconoció la importancia de la relación que existe entre la seguridad euro-atlántica y la estabilidad en el Mediterráneo, las visitas de Buteflika al cuartel general de la OTAN en Bélgica en diciembre de 2001 y en 2002 dieron como resultado el establecimiento de un programa de cooperación y de maniobras conjuntas en el Mediterráneo entre fuerzas argelinas y de la OTAN. Las relaciones económicas entre Argelia y EE UU, por su parte, han experimentado un notable crecimiento. En julio de 2001, ambos países firmaron un acuerdo marco sobre comercio e inversión, que establece un procedimiento consultivo que tendrá como resultado un acuerdo bilateral de inversión, mutuas concesiones comerciales y un acuerdo sobre doble imposición fiscal, y abre de hecho los rentables recursos de petróleo y gas argelinos de forma más amplia a las multinacionales.
El objetivo del acuerdo es duplicar el volumen de los intercambios y permitir a las empresas estadounidenses hacerse con una cuota mayor del mercado argelino, especialmente en los hidrocarburos (teniendo en cuenta que EE UU es en la actualidad el mayor inversor en ese sector). Sin embargo, parece que en años recientes las empresas estadounidenses se han interesado por sectores diferentes al de la energía como las finanzas, los productos farmacéuticos, las telecomunicaciones o la informática. No obstante, a pesar de la evolución positiva, las inversiones estadounidenses fuera del sector de los hidrocarburos siguen siendo relativamente pequeñas. La inestabilidad de Argelia durante la década de los noventa explica en parte el bajo nivel de inversión extranjera directa (IED) estadounidense; pero las lentas reformas económicas, unidas a los obstáculos infraestructurales y burocráticos, son otros factores importantes que han mantenido alejados a los inversores estadounidenses. Aunque también es cierto que África del Norte en general disfruta de una cuota mundial de IED baja, calculada en 5.000 millones de dólares anuales.
Túnez: ¿la amada que ha dejado de serlo?
Desde su independencia en 1956 y hasta 2003, Túnez ocupaba un lugar en la lista de favoritos de EE UU. La ejemplar alianza entre ambos sólo se vio amenazada una vez, por el bombardeo israelí en 1985 del cuartel general de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) en Túnez. La actitud pro- occidental tunecina resultaba bastante atractiva, al igual que su modelo de desarrollo político, económico y social. En la década de los noventa, los políticos estadounidenses presentaron a Túnez como un ejemplo de éxito: reformas de libre mercado, laicismo, asuntos relacionados con las mujeres, alfabetización y bajas tasas de natalidad.
Además EE UU valora a Túnez por razones de seguridad, algo que queda ilustrado por el número de maniobras militares conjuntas efectuadas anualmente. Durante la crisis argelina, Túnez, como Marruecos, se benefició de un firme respaldo estadounidense para evitar que el islamismo radical se expandiera y disuadir a Libia de cualquier intento de desestabilizarlo. La importancia estratégica de este país para EE UU impedía a éste criticar el grave problema de derechos humanos tunecino. Pero, en noviembre de 2003, durante su visita al país, el entonces secretario de Estado, Colin Powell, criticó en términos claros las transgresiones contra los derechos humanos en Túnez. Cuando visitó EE UU en febrero de 2004, Bush y otros dirigentes dijeron a un desconcertado Zin el Abidin Ben Ali que necesitaba poner en marcha reformas, especialmente en las áreas de libertad de prensa, sistema legislativo y judicial, y proceso electoral.
A pesar de esta reprimenda en lo referente a los derechos humanos, Túnez sigue disfrutando de un amplio respaldo en Washington, especialmente en el departamento de Defensa, que desea mantenerlo cerca de EE UU. Por supuesto, como otros gobiernos árabes, el de Túnez aprovechó las circunstancias posteriores al 11-S para mantener el favor estadounidense: participación en la guerra mundial contra el terrorismo, ayuda en Irak, reconocimiento del Consejo de gobierno Iraquí y participación en operaciones de paz.
Libia: la rehabilitación del “delincuente”
Las relaciones libio-estadounidenses han experimentado una evolución impresionante. Tras décadas de animosidad y enfrentamientos directos, ambos países han avanzado mucho en poco tiempo. El acuerdo de 2003 sobre el avión de la Pan Am fue el punto de partida, seguido del anuncio de Libia a finales de diciembre de 2003 de que abandonaba sus programas de armas de destrucción masiva. La cooperación en lo referente a este tipo de armas abrió la puerta a las conversaciones bilaterales y, por fin, a la normalización de las relaciones diplomáticas. EE UU y Libia están ahora en proceso de ampliar las negociaciones en lo referente a la política en África, el terrorismo, los derechos humanos y las reformas económicas de Libia. A EE UU le gustaría usar la influencia de Libia en África para acciones positivas.
Ambos países están dialogando también respecto a cuestiones petrolíferas y transacciones comerciales. A pesar del avance positivo de sus relaciones, Libia sigue estando en la lista de países que fomentan el terrorismo, algo que a los libios les molesta enormemente. Además, si se confirman las acusaciones de su participación en el intento de asesinato de Abdulá, el príncipe heredero de Arabia Saudí, no cabe duda de que la respuesta estadounidense será vigorosa y no presagia nada bueno para el gobierno. Libia tiene muchos enemigos en Washington, y algunos de ellos tal vez quieran castigar a su gobierno por sus acciones pasadas. Lo que está claro es que éste es un país rico productor de petróleo y EE UU vigilará su rehabilitación.
Si adopta y mantiene una política aceptable para EE UU, como ha dicho Bush “puede recuperar un lugar seguro y respetado entre las naciones y, con el tiempo, mejorar sus relaciones con EE UU”. Por el momento, Washington ha adoptado algunas medidas, como el desbloqueo de los activos libios congelados en EE UU y la eliminación de las restricciones en los acuerdos de aviación con Libia, para convencer a la Jamahiriya de que actúe conforme a las leyes internacionales.
El Magreb como entidad regional en la política exterior estadounidense
El principal objetivo de EE UU es desarrollar en el Magreb una estrecha cooperación militar, económica y de seguridad. Sus dirigentes creen que la cooperación antiterrorista es interesante para todos. Un examen de las declaraciones oficiales, las conferencias de prensa y los documentos muestra que EE UU intenta desarrollar la alianza económica con el Magreb mediante la aceleración de las reformas estructurales en cada país, ofreciendo un papel más amplio al sector privado y desmantelando las barreras intrarregionales que dificultan el comercio y la inversión.
Además, EE UU es consciente de la importancia del petróleo y el gas natural en la región, especialmente en Argelia y Libia. En este contexto, marcado por un entorno cambiante en el que EE UU intenta poner en práctica una política regional, el conflicto del Sáhara Occidental adquiere una nueva dimensión, debido a las consecuencias de su no resolución. Esto explica que en noviembre de 2003 Bush insistiera en que Argelia y Marruecos encuentren “formas creativas y pragmáticas de resolver sus diferencias”.
Por desgracia, esta opinión no tiene en cuenta la posición argelina y mientras EE UU y Francia sigan apoyando a Marruecos, el statu quo en el Magreb se mantendrá. Es indispensable, por tanto, que el conflicto del Sáhara Occidental se resuelva de una forma justa y en el plazo de tiempo más breve con el fin de permitir un desarrollo sostenible en el Magreb.