Los cabalistas judíos, a lo largo de la historia, han tenido en consideración la vía de la astrología como acceso al conocimiento simbólico, debido a las semejanzas que ésta presenta con la cábala. Ello no significa que no existan diferencias notables entre ambas, como las referencias personales contenidas en la astrología, frente al esfuerzo de la cábala por ser transpersonal e intertextual, siempre en busca de la libertad interpretativa. Aun así, por encima de todo cabe señalar, como punto de encuentro fundamental, que ambas disciplinas nos enseñan que cada ser humano tiene la suerte en sus propias manos, y la hace buena o mala según sepa aprovechar sus circunstancias vitales.
A lo largo de la historia ha habido numerosas referencias bíblicas a la astrología, entre las que destaca Daniel 1:20. En este pasaje aparecen intérpretes de sueños o profetas como el personaje del libro homónimo, en cuyo texto figuran casi todas las menciones que las Escrituras hacen de los astrólogos. Estas figuras llevan el extraño nombre de jartom, jartumim, vocablo que, a su vez, procede de la raíz proa, junta, pico (señalando, con ello, la connotación de cronistas y escribas que tenían los profesionales del cielo). Aunque la Biblia suele ser peyorativa o exageradamente crítica con estos astrólogos, lo cierto es que a partir de los siglos III o IV y en la Alejandría gnóstica los cabalistas hebreos que compilaban o editaban el Séfer Yetzirá o Libro de la formación, tal y como veremos, no podían dejar de considerarla una vía de acceso al conocimiento simbólico o, cuanto menos, una de las grandes esferas de correspondencia entre el macro y el microcosmos. No hacerlo, en esa época, hubiese sido insistir en un provincianismo que los judíos, insertos en la ciudad-eje de la cultura helenística, no querían de ninguna manera asumir. Y sin embargo, a pesar de ello, la postura de Daniel se mantendrá a lo largo de los siglos, pese a un Ibn Ezra o un Najmánides, al margen de las sugestivas menciones del reputado Maimónides a propósito de la salud y la Rueda de los Signos.
Ciertamente, la astrología tiene ese doble impacto sobre nuestro intelecto, y mucho más en los últimos siglos, desde el Renacimiento para acá, en los que el conocimiento empírico y el racionalismo han despejado el camino a los números exactos y han depositado el mapa emblemático y su entramado de relaciones y analogías -en medio del cual había vivido el hombre medieval- en el trastero arqueológico de lo meramente imaginario. Si no hubiese sido porque un genio de la grandeza de Jung, en la década de los treinta, y bajo la tutela nada sospechosa del físico Pauli, al demostrar su interés en la astrología afianzó así su teoría de los arquetipos, probablemente ningún psicólogo serio le prestaría la atención que merece en tanto huella cosmobiológica de nuestras pautas culturales. Dicho esto, parece obvio que la astrología resulta más interesante como modelo de conocimiento que como metro patrón, pues si por algún lado hace aguas es en su credibilidad matemático-predictiva. Hitler y Churchill tuvieron, durante la última gran guerra, sus astrólogos, y ninguno de ellos acertó más allá de la configuración de una burda imagen de lo que podía e iba a suceder, a pesar de lo cual sí es posible entender la mentalidad de uno y otro a la luz de las tipologías astrológicas. Poco más.
La primera semejanza que podríamos hallar entre la Cábala y la astrología nace del hecho de constatar que los treinta y dos senderos que fluyen y confluyen a lo largo y ancho del Árbol de la Vida, los cuatro mundos (de hecho los cuatro elementos clásicos) y los tres ejes verticales, constituyen un equivalente, en lo que al tablero de juego místico se refiere, de los doce signos, sus correspondencias ígneas o aéreas, las casas, las oposiciones y conjunciones. Incluso hay quien ve correspondencias entre los sefirots, esferas virtuales de poder, y los planetas, pero como las escuelas y los cabalistas no se ponen de acuerdo acerca de cuál es el lugar exacto de Marte o Júpiter en el esquema sefirótico, es mejor no surcar esos mares de dudosa turbulencia. Daremos, no obstante, el cuadro que menciona el Yetzirá en la versión del maestro Kaplan. En cuanto a la diferencia más notable, radica, a mi juicio, en que mientras la Cábala es y se esfuerza por ser transpersonal, la astrología fascina precisamente por sus referencias a lo personal. Eso hace, desde luego, que también astrólogos y cabalistas difieran y que, en la citada línea tradicional de Daniel, prefieran verse a sí mismos como intérpretes antes que como alzadores de cartas, o bien como lectores de sueños y prodigios antes que como calculadores de eclipses y tránsitos. La Cábala va hacia la anonimia y, en definitiva, hacia la libertad, incluso cuando se explica un suceso tras recurrir a un texto. Lo prefigura su tendencia, semítica después de todo, anicónica, así como un cierto rechazo visceral al determinismo. La astrología, por el contrario, no puede no ser mínimamente determinista e intentar, mediante su conocimiento, coordinar o intentar ajustar el destino del sujeto al diorama cósmico y estelar de un determinado momento de su vida.
En aquello que está “grabado” (jarut) en las Tablas de la Ley y según el Éxodo 32:16, los maestros querrán leer jerut (la “libertad”), pues “libre es”, dice la Mischná, “el hombre si trabaja para la Ley”. Podríamos argumentar que también los estudiantes de astrología buscan la libertad a través del conocimiento, pero la verdad es que, grosso modo, los personajes que uno encuentra aquí y allí, en el mercadillo de la predicción, son lo menos libres y desprejuiciados que podamos suponer: viven del cuento y de cierto criptosimbolismo adecentado para amas de casa desocupadas y desaprensivos de escasa voluntad. En pocas palabras, la astrología parece prestarse más fácilmente al engaño y a la falsificación precisamente por su tendencia a buscar soluciones íntimas y privadas, al revés que la Cábala, que sumerge al estudiante en un océano o en un mar (la Torá) sin más requisitos que la atención y la devoción, y no le ofrece nada de valor hasta que su ego no esté lo bastante reblandecido como para poder iluminarlo a través. Incluso en la voz de un gran maestro como Jesús resuena el mismo inconformismo danielino, cuando nos dice que “el shabat ha sido creado para el hombre y no el hombre para el shabat”. Al ser el día sábado el consagrado a Saturno, Saturno-Cronos, Señor del Tiempo, y al enfatizar el Nazareno una independencia de criterio no ritual, y por lo tanto la sustancia indeterminada de la realidad, alude indirectamente a que nada hay prefigurado para siempre, a que todo es, de hecho, una proyección del alma del creyente sobre el damero de sus actos. La Cábala, y no hay razón para dudar de que Jesús estuviera iniciado en sus misterios, se mueve siempre en pos de una libertad interpretativa e intertextual, incluso a riesgo de no coincidir con la verdad cósmica, incluso transgrediendo lo clásico. Dudo mucho que la astrología aspire a transgredir nada. Antes bien, desea ajustarse a las leyes del espacio exterior, a sus simetrías y resonancias, en lo cual hay mucho de loable y noble, pero también de peligrosamente abstracto. La astrología o itztagninut tiene la misma raíz que utztab, aquello que está hecho de cajones, anaqueles, estrados, repisas, es decir, lo que es jerárquico por naturaleza propia y se ajusta a un marco. Por el contrario, me parece que lo que la Cábala ansía es salirse del cuadro, ver los márgenes aún no determinados de la realidad. Desde luego que no será así en la composición del Yetzirá, pero desde luego sí en el Bahir y el Zohar, textos posteriores.
Cuando, paso a paso, consideramos el concepto de signo astrológico o mazal y calculamos su valor numérico, que totaliza 77, es decir 14, cuyo equivalente verbal es la palabra mano, descubrimos -dado que mazal significa también fortuna, fortuna a secas- que cada uno de nosotros tiene su suerte en las manos, y que la hace buena o mala según sepa aprovechar sus circunstancias vitales. A su vez, la cifra 77 puede leerse directamente como oz, vocablo que tiene ese valor y significa poder, escudo, protección. Así pues, conocer el signo de cada uno, vislumbrar sus características y sus límites, puede concedernos la facultad de protegernos de sus propias debilidades a la par que potenciar sus secretas virtudes. Puesto que también puedo convertir ese 77 en la expresión halel bi, el salmo en mí, la loa, la alabanza en mí, parece obvio que mi suerte contiene, en cada instante de mi vida, la ocasión de una música, la configuración secreta de una melodía, poco importa si triste o alegre, ya que siempre habrá un hel o aura de revelaciones sobre mi corazón, libi. Tal es mi poder y fortuna más allá de todo determinismo astral pues, como escribió San Juan de la Cruz en su prisión de Toledo, me encuentro ”sin otra luz ni guía sino la que en el corazón ardía”.
También el Corán (Sura XLI-37) nos indica:”No os prosternéis ante el sol o la luz. Inclinaos ante Alá, que los creó”, señalando que lo invisible consciente es más poderoso que lo visible inconsciente, entendiendo esto último como la naturaleza discernible por nuestros sentidos exteriores. Lo cual no impidió, en el seno del islam, la existencia de astrólogos y maestros de predicción hasta el día de hoy. Se trata, obviamente, en la citada frase, de un llamado a la libertad individual y mística por encima de la configuración astral de cada momento histórico. Una exhortación a la responsabilidad del sujeto frente al mundo objetivo de los astros que, si bien lo influyen, modelan y cuajan, no lo coaccionan del todo ni lo limitan en la acción. Mahoma limpió la Ka’aba de la Meca de lo que, sospechaba, eran ídolos a las estrellas y los duendes, pero la misma piedra meteórica inscrita en ese monumento, con el correr de los siglos, acabó por convertirse en el cubo de la rueda terrestre cuyo par celeste tiene por cubo a la Estrella Polar. Por esta razón no podemos nunca alejarnos demasiado de las leyes estructurales del cielo. Por otra parte, mientras más de la mitad de la nomenclatura de nuestras estrellas lleva nombre árabe, los sufíes o místicos del islam cantan a la libertad absoluta del universo humano en el núcleo de su propio corazón. Del juego entre lo libre y lo determinado depende nuestra salud, y así lo han visto siempre los filósofos taoístas. Cuando los cabalistas se dedican a estudiar, según el Yetzirá, la rueda zodiacal o galgal ha-mazalot, no pueden separarla de las doce tribus, las fuerzas complementarias u opuestas del universo, o la idea de que todo, cada partícula de lo real perceptible, es una chispa solar del fuego divino.
El libro de la formación establece a la manera astrológica un esquema de trabajo espiritual que puede sernos útil. En el centro se encuentra el Tetragrama o Nombre Supremo de Dios asimilado al Sol o shemesh. Partiendo de ese centro que es, por otra parte, el de nuestro sistema planetario, vemos en el círculo más íntimo los signos del zodíaco de Aries a Piscis; inmediatamente después, los meses del año, que en el calendario hebreo son lunares, a pesar de lo cual se cuentan por doce. Después tenemos las tribus y sus nombres; luego, las virtudes o polaridades -amor/odio, amistad/enemistad, etc- y, por último, en el círculo más externo, todas las posibles permutaciones del Nombre Inefable, lo que nos señala que el Creador está tanto fuera como dentro de nosotros mismos; en el centro y en la periferia. De este modo, siguiendo la cosmogénesis, el Sol engendra primero al zodíaco, luego a los meses que se corresponden con sus signos, más tarde a la tribu que cada signo tutela, después a una tendencia o un emergente caracterológico y, por fin, deposita, candente ceniza de maravillas, una pequeña huella de sí mismo en nuestro camino, es decir, en la parte de la rueda que toca, como los pies, el suelo que pisamos. Para que, ante ella, frente al hallazgo y el milagro de sabernos inscritos en un universo prodigioso, comencemos a buscar la correspondencia de la parte con el todo. Entonces ¿qué deberé conocer primero si aspiro llegar al centro de mí mismo, que no es otro que el Creador creándome, el Dador de Vida dándome su resplandor viviente en cada célula y átomo, en cada partícula y latido? Obviamente, el mundo emocional. Las relaciones que tengo con los demás y conmigo mismo; tal es el espacio psicológico por antonomasia o lo que podríamos llamar primer nivel de determinación kármica: los padres, los amigos y enemigos, la pareja, los hijos, los ancestros y las vocaciones. Después, en el segundo nivel de determinación kármica o el tercer círculo de fuera hacia adentro, tal y como diría Jung, deberé conocer mi inconsciente colectivo cultural, es decir la matriz tribal de la que procedo: los cristianos de los Evangelios, los judíos de la Torá; los budistas del Tripitaka; los musulmanes del Corán. En términos espirituales, “nuestra tribu” no es otra cosa que la familia simbólica de la que descendemos, su tesoro verbal y anímico, por cuya ventana veré mejor el mundo de los valores cósmicos que si me esfuerzo por mirar desde una perspectiva ajena. Tras esa asimilación vendrán el mes que considero propicio y luego, por fin, muy cerca de Dios pero también del Sol, los signos del zodíaco.
De este modo tan sugerente, el Yetzirá considera que para acercarnos a lo divino antes es preciso hallar un vestigio de ello en nuestro camino. Como decían en su época los alquimistas: “Para hacer oro hay que tener un gramo de oro”. El dibujo y el texto de la Cábala ponen muy alto el listón de la astrología, aunque lo hacen de manera transpersonal, ya que en el círculo que más cerca está de la solar luz central, los nombres propios parecen evaporarse ante lo que indican Tauro, Virgo, Acuario o Géminis. La astrología es, en verdad, un espejo asombroso para quienes se saben mirar en él, pero también puede ser el pienso de peor calidad para quienes renuncien a investigar y reflexionar por sí mismos más allá de la tabla de las efemérides, la fantástica zoología china del Año del mono o del caballo, la balanza de Libra o la flecha de Sagitario. Decididamente, la Cábala no nos permite esa superficialidad, no porque sea mejor o más profunda, sino sencillamente porque no se presta, en su manantial más hondo, al mismo comercio y vulgarización.Dicen los sabios hebreos: “¿Con qué pueden compararse las palabras de la Ley? Las palabras de la Ley pueden compararse con el fuego. Como el fuego, vienen del cielo, y como el fuego son perdurables. Si un hombre se acerca mucho a ellas se quema, y si se aleja, se hiela. Si son instrumento para su trabajo, salvan al hombre. Si éste se sirve de ellas para arruinar a otros, éstas lo destruyen y pierden. El fuego deja su marca en todos los que lo usan. Eso mismo hace la Ley. Cada ser humano dedicado al estudio de la Enseñanza lleva impreso el sello de fuego en sus hechos y en sus palabras”. Resulta casi innecesario agregar que quien se dedica a la astrología para servir a los demás y ayudarse a sí mismo se halla en idéntico contexto, mientras que aquellos que, desprestigiándose, la desprestigian y afean, acaban, ya se sabe, encerrados en el hielo de su sideral distancia, aislados en su vanidad de vanidades y cazados por su propia red.