Assia Djebar y Ana María Matute: dos figuras relevantes de la literatura femenina y mediterránea

Saliha Zerrouki

Profesora de literatura española, Universidad de Argel

En este artículo, la autora lleva a cabo una reflexión sobre cómo la literatura comparada nos ayuda a percibir elementos interculturales en las dos orillas del Mediterráneo a partir de la mirada de las mujeres. El análisis parte de las obras de dos reconocidas escritoras: Les Enfants du nouveau monde Los hijos del nuevo mundo, de Assia Djebar, y Los hijos muertos (1959), de Ana María Matute. En ambas novelas, de valioso contenido histórico y social, sus autoras exploran el sufrimiento y los estragos que debe sobrellevar la única víctima de una guerra civil o una guerra de independencia: el ser humano. El dato curioso es que, pese a pertenecer a distintos continentes y civilizaciones, ambas escritoras coinciden en las mismas denuncias en torno a la destrucción que tiene su origen en esos conflictos. 


Nuestro interés por la literatura femenina nos ha llevado al análisis de las obras de dos literatas que se preguntaron por el devenir de la humanidad. De distintos continentes y civilizaciones, ambas escritoras coinciden en denunciar la peor destrucción que puede padecer la humanidad: la guerra civil o la guerra de independencia. Esta profunda reflexión se canaliza a través de dos obras trascendentales: Les Enfants du nouveau monde [Los hijos del nuevo mundo],1 de Assia Djebar, y Los hijos muertos,2 de Ana María Matute. En ellas exploran el sufrimiento y los estragos que debe sobre llevar la única víctima de los conflictos, el ser humano.

Un estudio pormenorizado nos ha llevado a descubrir las coincidencias y divergencias que acercarán o alejarán a las autoras. En primer lugar, si nos fijamos en los títulos —Los hijos muertos y Les Enfants du nouveau monde—, observaremos que expresan, a modo de síntesis, la esencia de la realidad de un sector de la sociedad que ha sido rescatado de una guerra. Ésta es la materia prima que modelarán ambas autoras a lo largo de sus digresiones sobre la propia fe y sobre su esperanza o desesperan za, puesta en boca de «sus hijos», niños y jóvenes, según el caso.

Para Ana María Matute, la desilusión de la sociedad es la que ha engendrado unos hijos con un vacío axiológico. La autora considera que los hijos de la España de la posguerra son muertos en vida, ya que la guerra fratricida les ha ocasionado unos traumas cuyas secuelas padecerán hasta su muerte, sin ninguna oportunidad de restablecerse. El tremendismo de la autora vuelca toda su desesperanza en esta obra, en la que cristalizan la decepción y el pesimismo.

Assia Djebar, por el contrario, alude a los hijos pródigos, forjados a lo largo de ciento treinta y dos años de oposición a la ocupación francesa, de dura lucha intestina y resistencia heroica. Son los hijos que harán realidad la promesa de una nueva era conseguida gracias a un paciente proceso de liberación.

La guerra como telón de fondo

Las coincidencias temáticas surgen de las afinidades entre las autoras. En primer lugar, el mundo de la guerra destaca como telón de fondo a lo largo de las narraciones, y es precisamente lo que las acerca, ya que constituye el marco en que sitúan a sus protagonistas. Cabe señalar, sin embargo, que la obra de Ana María Matute no es una novela de guerra. Aunque describa parte de la contienda, en la que participan sus principales protagonistas, relata la vida de Daniel (un joven) y Miguel (un niño), que viven aquellos momentos cruciales de principio a fin, uno participando en la lucha y el otro observándola en todas sus fases.

Tampoco la obra de Assia Djebar es una novela histórica, sino que, desde un punto de vista costumbrista, ilustra el desarrollo de la contienda a través de las reflexiones, los deseos y los comentarios de un grupo de mujeres que observan los sucesos y describen lo vivido. Es más bien una narración a través de personajes que son testigos de situaciones acaecidas en la lucha armada. La esencia de la obra reside en la memoria del pueblo, que da constancia de lo sucedido en el país.

Denise Brahimi abunda en el mismo sentido3 cuando afirma que «el objetivo de esta novela es doble: tanto histórico como social. No son narraciones lineales, centradas en un personaje principal que reduciría a los demás a un papel secundario. A través de una guerra que la afectó muy de cerca, la autora quiere hablar de sí misma y, a la vez, de un conjunto de personajes, hombres y mujeres, que le permiten representar la diversidad de las actitudes sociales, étnicas y sexuales».

La injusticia

En el caso de Ana María Matute, la injusticia se expresa a través de la rebelión de los desposeídos y de la protesta popular contra la tiranía del Estado, reflejo de la situación del pueblo, hastiado de la parcialidad del sistema.

El problema argelino es distinto. En Assia Djebar, el enemigo es el extranjero expoliador; las injusticias se acumulan y empujan al pueblo a incorporase al bando de la revolución armada. En una época en la que varios países han accedido a la independencia sin derramamiento de sangre, Francia se niega a reconocer el derecho de los argelinos a su autodeterminación, para defender así los intereses de unos colonos enriquecidos en detrimento de la nación argelina.

La noche

En esos tiempos de conflicto, el símbolo de la noche es utilizado por ambas autoras como un elemento de protección que se transforma en aliado y que incluso puede ser utilizado como estrategia cuando fallan las municiones. Representa una pausa, un respiro.

En el frente de San Severo, la noche constituye una tregua temporal para los soldados agotados que esperan el momento de recuperar fuerzas. Gracias a la oscuridad, en la confusión total de ese frente anárquico, estarán a salvo del tiroteo del enemigo. Entonces se refugiarán en la noche como una esperanza.

Para la resistencia argelina, el papel de la noche es, asimismo, imprescindible. Los guerrilleros se mueven en ella con toda seguridad y la utilizan para responder a las agresiones diurnas del enemigo. Las fuerzas francesas, por su parte, no se atreven a salir cuando anochece y esperan al amanecer para desplegarse; su determinación no es la misma que la de los autóctonos, que están dispuestos a jugarse la vida bajo la protección de la noche.

La resignación

En ambas novelas, la resignación se manifiesta en las personas mayores, que aceptan su sino. Una anciana del pueblo de Segres no quiere ser una carga inútil que entorpezca la huida de sus habitantes. Por ello decide quedarse en el pueblo, por propia iniciativa, «pegada como un marisco», inflexible y difícil de «desincrustar»; todas las tentativas de sacarla resultan vanas.

En la novela de Assia Djebar, la anciana Lala Aicha cede el mando de la casa a su nuera. Desde entonces, entra en un estado de postración: se queda sentada todo el día en el umbral de su habitación hasta la llegada del anochecer. Una mañana, un obús la mata y nadie se fija en ella, que permanece allí como dormida, inmóvil.

La depresión

Hay situaciones extremas e intolerables que llevan el ser humano a la locura, incapaz de soportar la fatalidad. En el campo de concentración de Argelès, donde se encuentran los refugiados españoles, se registran muchos casos de depresión y de desequilibrio, debidos a la degradación de las condiciones de vida. El síndrome de la arena, llamado «arenitis», afecta a Amadeo Ruiz, que se desespera al ver que ni su familia ni sus amigos han ido a reclamarlo. Se adentra caminando en el mar con su maleta hasta suicidarse.

En un poblado de la montaña argelina, un humilde campesino despierta un día rodeado de soldados que se disponen a quemar todo lo que posee: su reserva de trigo, sus vacas y su único burro. Desde ese día, el pobre hombre vaga de ciudad en ciudad, contando a quien quiere oírlo su historia, como si le hubiera acontecido a otro hombre y no a él.

Los bombardeos

El bombardeo es un método de erradicación del enemigo. Es un medio injusto y brutal, ya que no sólo destruye vidas humanas, sino que cambia la fisonomía del paisaje.

En Argelia, el ejército francés, impotente frente a los guerrilleros que moraban en las montañas, utilizó el bombardeo como método de eliminación. Era su manera de luchar contra la irreductibilidad de la montaña impenetrable. Desde sus casas, los testigos observaban el humo, señal de la muerte que sembraban los aviones.

En España, otro ejemplo de los estragos ocasionados por la guerra se da en el frente de San Severo. Cuando el frente sufre su primer bombardeo, los soldados, inexpertos, piensan que son aviones amigos cargados de refuerzos, por lo que salen masivamente a darles la bienvenida. Tiene lugar una verdadera carnicería, tras la cual los supervivientes empiezan a cavar trincheras para ponerse a salvo y, como hipnotizados, abren surcos por todas partes, como si de ello dependiera su vida.

El éxodo

El movimiento de masas no es un hecho fortuito, sino la consecuencia de un desarraigo. En cualquier sociedad, el perdedor deja su sitio al vencedor. En España, los refugiados acudían en oleadas a la frontera hispanofrancesa, donde las hostiles tropas francesas insistían en salvaguardar el orden y no se dejaban apiadar por aquella gente silenciosa, castigada por haber perdido la guerra, circunstancia con la que cargaban como si de una culpa se tratara. En Argelia, el éxodo de la tribu de los Beni Mihoub es espectacular. Toda la tribu —mujeres, niños y ancianos—, encabezada por el majestuoso patriarca, camina por el centro de la calzada, huyendo del enemigo como un solo hombre.

Se niegan a caminar por las aceras, como en un último arrebato de dignidad. Avanzan, ciudad adentro, sin someterse al orden urbano. Acaban de perder su hogar, pero no aceptan perder su libertad de movimiento. A su paso, todo se detiene: el tráfico, las actividades y hasta la gente, que sale a verlos pasar rodeados de una nube de polvo. El ejército francés quemó arbitrariamente sus casas; ahora los Beni Mihoub son refugiados en su propio país. Responsable espiritual de su pequeño mundo, el valeroso anciano no siente el cansancio de los años. Lo mueve una ira sorda, ya que se halla bajo el peso de una deshonra intolerable para la tribu: el abandono de sus tierras y de su montaña. Los miembros de la tribu no se dejan tentar por las invitaciones de los ciudadanos a pasar la noche; sólo aceptan el agua. Desterrados, siguen su peregrinación hacia la llanura, desafiando los peligros de la oscuridad.

La solidaridad

La solidaridad es una manifestación espontánea de los que se hermanan con el dolor de los demás. En Ana María Matute, se observa la solidaridad de la población francesa, que ayuda a los refugiados españoles como puede. Colándose entre las filas, cercadas por los guardias, los franceses distribuyen comida a los prisioneros, y cuando no pueden darles nada, su solidaridad es simbólica: aplauden a los españoles y abuchean a las autoridades.

La manifestación de solidaridad de Suzanne, la pied-noir4 casada con un abogado árabe, es también significativa. Esta mujer reprocha a su marido disidente su huida a Francia; en cambio, ella prefiere permanecer en el país y ayudar a los familiares de los prisioneros hasta el día de la independencia. No entiende la posición política de su marido, único representante árabe de la ciudad, lo que acrecienta su resentimiento.

La ignorancia

Aunque el frenesí del combate sea evidente en los jóvenes soldados del Frente Popular, éstos carecen de madurez política; se asemejan más a la representación de una gran parodia, a una pandilla de desposeídos de la clase obrera que «van a una inmensa gira campestre». El brigada les habla de disciplina, pero ellos, ocupados en engalanar sus gorros, sueñan sólo con su propia venganza.

Estos soldados inconscientes desconocen, en su ignorancia, el peligro que corren; les falta madurez y experiencia en la lucha política y no poseen ningún conocimiento de la disciplina militar, hasta el punto de desear mandar también ellos.

Por otro lado, el vibrante ardor de los jóvenes argelinos, que se empeñan en entrar en la organización revolucionaria, se manifiesta en Tewfik, que se ve rechazado por culpa de su hermana, una prostituta al servicio de los franceses. Los dirigentes revolucionarios no confían en él; se verá apartado de la lucha y desde entonces madura en él una determinación: la resolución de lavar el honor de la familia matando a su hermana.

El deseo de cambio

En ambas autoras, el deseo de cambio aparece como una constante, aunque el nivel de madurez política no sea el mismo. Los inexpertos soldados, en Los hijos muertos, obedecen a un deseo de cambio meramente superficial, movidos por sentimientos personales más que por la madurez de sus ideas. No tienen la voluntad de profundizar en el conflicto, a diferencia de los personajes de Les Enfants du nouveau monde, quienes ven en su necesario sacrificio el nacimiento de un nuevo mundo, un acto debido, obligatorio y aceptado cabalmente y con abnegación.

La representación femenina

Asimismo, en ambas obras es preponderante el peso de la mujer en el mundo de los hombres (campo de batallas y política). Este factor constituye un duro golpe a la mentalidad dominante, y su objetivo es aniquilar siglos de tradición de mando varonil. Así, la guerra aparece como un mal necesario que permite a la mujer destruir los tabúes que la condenaban al hogar.

En Assia Djebar existe un abanico de muestras del individuo social femenino. En su gran mayoría, las mujeres que participan del personaje colectivo aparecen mencionadas como testigos; asistimos, así, a la afirmación de la mujer que se independiza y adquiere, dejando de lado su condición inicial de mujer-objeto, un auténtico estatuto.

Hay que subrayar que, en una sociedad en donde la sumisión al marido es algo natural, el caso de Amna, la mujer del inspector de policía, es muy relevante. Amna tiene el valor de mentir a su marido para proteger a Yousef, su vecino y miembro destacado de la resistencia, sobre quien la policía alberga sospechas.

También es loable la actitud de Cherifa. Esta mujer nunca ha salido sola a la calle, pero el día que Amna le comunica la sospecha que pesa sobre Yousef, su marido, se arma de valor y determinación y se dirige hacia la tienda de Yousef para prevenirlo del peligro que lo acecha. Otro caso de valentía es el de Salima, la maestra de escuela, que resiste estoica a los interrogatorios y a la tortura psicológica, decidida a no ceder ni un ápice frente a sus verdugos.

Por otro lado, las mujeres de Ana María Matute no se distinguen especialmente en la escena política, salvo en algunos casos, como el de Magdalena. Se trata de una mujer que vive su propia redención entre heridos y muertos; una mujer redimida a través de su trabajo en el frente, que va de avanzadilla en avanzadilla a proporcionar socorro donde se necesita.

El estoicismo

En su obra, Ana María Matute persigue generar la insensibilidad de los lectores con unas descripciones que adquieren un carácter artificioso: su descripción de un cadáver en los restos de un avión resulta muy fría. En su visión, el cráneo se convierte en una copa, y el órgano que contiene, en una forma gelatinosa que se derrite. Bajo su pluma, las cosas se dotan de irrealidad, y la decadencia humana llega a un punto que roza el escarnio.

En Assia Djebar, el estoicismo aparece retratado a través de Salima, una maestra de escuela encarcelada. Esta mujer se asusta al escuchar los aullidos de un hombre al que torturan; superando su terror, se obliga a escucharlo. No se deja abatir por esos horribles gritos que le arrancan el alma. Se convence de que son «el himno de su país», la expresión de su independencia, por lo que se obliga a endurecerse, a hacer suyo el dolor del hombre torturado que hace nacer en ella la fuerza necesaria para la supervivencia.

El armisticio

El armisticio significa en Francia la victoria de los aliados sobre el ejército alemán. En Argelia, sin embargo, es un día de luto. Nada hacía pensar, en principio, que la jornada de celebración del armisticio se trasformaría en una masacre. El pueblo argelino esperaba participar en el júbilo junto con los colonos; sin embargo éstos los rehuían, con un sentimiento de desdeñosa superioridad.

La alegría del pueblo argelino, que aportó muchos hombres a la guerra mundial, molestaba, y cualquier pretexto valía para apretar el gatillo de las armas. Se desplegaron banderas de Francia y los argelinos enarbolaron la del emir Abdelkader, el líder nacional. El ejército francés, al verla, disparó contra los civiles que celebraban la victoria de los aliados, o sea, de Francia. El mismo día y al mismo tiempo, en varias ciudades miles y miles de argelinos cayeron bajo las balas (45.000 muertos). A raíz de esos acontecimientos se desencadenó una represión brutal, se ilegalizaron los partidos políticos y se sometió a vigilancia a numerosos ciudadanos.

La movilización

La obra de Ana María Matute pone de relieve la labor del sindicato español en la sensibilización y movilización de la masa obrera. La única salida de un pueblo es la movilización y la unión contra la autocracia.

La concienciación política desempeña un papel importante en el despertar de la clase obrera. La conciencia revolucionaria es el acicate que rige toda la obra de Assia Djebar. Después de la represión del 8 de mayo de 1945, la vida de los partidos políticos en las ciudades se mantiene oculta: constituye un falso ensueño, la única salida de una asfixia impuesta por la situación de ocupación francesa.

La gente, harta del yugo colonial y de la injusticia del ocupante, quiere salir del atolladero a través de la lucha armada. La politización del pueblo se ha extendido por toda la nación, la voluntad de la población es irreductible; se aceptan todos los sacrificios a cambio de la embriaguez de la libertad.

Me gustaría añadir, para concluir esta extensa comparación, que sería interesante imaginar la posibilidad de que la desesperanza de Los hijos muertos renaciera, más allá de las fronteras, en la esperanza de Les Enfants du nouveau monde. Sería deseable, también, que la carencia de valores de los primeros pudiera ser reelaborada a través de esos otros jóvenes impregnados de patriotismo; se lograría, así, que el optimismo, cual fénix resucitado, emergiera de un pesimismo aniquilado en un mundo utópico, al margen de todo espacio temporal.