Algeria. Politics and Society from the Dark Decade to the Hirak
Argelia ha ocupado pocos espacios del pensamiento “occidental”. Las excepciones han tendido a concentrarse en Francia, su antigua metrópolis, donde el Estado argelino sigue estudiándose en relación con el episodio colonial. El aparente desinterés por Argelia y la dificultad de escuchar voces argelinas fuera de sus fronteras han facilitado la aceptación de una única forma de pensar este Estado. Esta confluencia ha permitido desdibujar las realidades políticas argelinas, generando marcos de incomprensión que impiden identificar y deconstruir las narrativas que moldean estas “realidades” a uno y otro lado del Mediterráneo.
Algeria. Politics and Society from the Dark Decade to the Hirak nace de la desaprobación del marco de comprensión dominante, así como del deseo de pensar la Argelia contemporánea en sus propios términos. Este objetivo se alcanza mediante un minucioso y exhaustivo trabajo de campo en Argelia,al cual se pueden identificar y situar voces y categorías políticas “nacionales” en el centro del análisis. Estas categorías permiten desestimar concepciones aun ampliamente aceptadas en la esfera académica hegemónica, como la idea de concebir el Estado como un actor unitario. El abandono de esta premisa explica la estructura y el contenido de los ocho capítulos que componen la obra, donde “lo político” se aborda desde distintas escalas.
A partir del estudio de las denominadas élites políticas se identifican, al menos, tres grandes grupos de poder: la presidencia, el ejército y los servicios de inteligencia. Esta identificación da paso a un estudio pormenorizado de cada uno de estos actores, distinguiéndolos por su naturaleza, pero también por su propia composición interna. El análisis del ejército, por ejemplo, demuestra que está lejos de ser un actor unitario. La honestidad de la que hace gala Michael J. Willis ayuda a entender que las distintas facciones internas son tan numerosas como desconocidas, impidiendo conocer con exactitud a qué nos referimos cuando hablamos del ejército argelino. Esta cuestión es especialmente relevante si se tiene en consideración que el “ejército” es el actor político predominante en Argelia. Tras el análisis individual de estos actores se reflexiona sobre la interacción entre ellos en el ámbito de la política formal. El recurso a la historia permite comprender el grado de competición entre los actores, siempre limitado por su deseo de mantener el statu quo.
Frente a las élites se encuentran el resto de actores argelinos, desde los partidos políticos (legalizados o no en función del periodo observado) hasta la sociedad civil, unos actores cuyas formas de habitar “lo político” se han visto condicionadas por el régimen represivo en el que se han enmarcado. Al vivir en Argelia, el autor ha sido capaz de rehuir de forma acertada de retóricas centradas en el éxito o fracaso de las movilizaciones y formas de organización política de la sociedad civil argelina. Por el contrario, aporta una cronología y estudio de protestas populares –desde el año 2000– que pone en valor la valentía y creatividad de estas contestaciones. Este ejercicio permite refutar el discurso ampliamente aceptado de que en Argelia no existieron manifestaciones en el marco de las revoluciones de 2011. Y no solo eso: el conocimiento de la narrativa interna pone de manifiesto la percepción argelina de las primaveras árabes de la región, consideradas un eco tardío de las protestas acontecidas en Argelia en la década de los ochenta.
El examen de los distintos actores que forman el Estado argelino permite conocer lo diferente, pero también lo que hasta ahora ha sido común a todos ellos. En lo común se encuentra, ante todo, el origen de gran parte de sus percepciones y fuentes de legitimidad: la guerra de Independencia de Argelia (1954-1962). La lucha de liberación nacional, 60 años después, sigue vertebrando los discursos del entramado argelino. Lo que se disputa, de un lado o de otro, no es el fondo de la narrativa, sino el control de esta. El relato de las élites tiende a situar a estos grupos de poder como “herederos” de la revolución, justificando con ello sus decisiones políticas, tanto en el ámbito interno como en el externo. Los relatos de la sociedad civil sitúan al “pueblo” como único héroe de la revolución, exigiendo por ello el reconocimiento de su agencia. El distanciamiento entre las nuevas generaciones (en una población con un alto número de jóvenes) y la experiencia que sigue marcando el grueso de las realidades políticas argelinas parece hacer tambalear, sin embargo, lo aceptado y/o disputado hasta el momento.
La rigurosidad y excepcionalidad del trabajo realizado por el profesor e investigador Willis responde a su compromiso honesto con el objeto de estudio y con la propia generación de conocimiento. El reconocimiento inicial de sus limitaciones –pensar un Estado que no es el propio– y la decisión de zarandearse en la incertidumbre (sin recurrir a categorías manidas pero aceptadas) invitan a otra forma de hacer y de pensar. Quizás a salir del camino a caminar.