Ahora es cuando Europa puede marcar la diferencia
La UE no puede abstenerse en el Mediterráneo, tiene los instrumentos bilaterales y multilaterales necesarios para dar apoyo a los cambios democráticos.
Andreu Bassols
El cineasta sirio Orwa Nyrabia narraba recientemente su detención durante 22 días en las cárceles de Bashar al Assad. Una vez liberado, desde su exilio en El Cairo, interrogado por el periódico Le Monde (16 de octubre de 2012), se quejaba amargamente: “Si un activista islamista necesita dinero para curar a los heridos, llama a Arabia [saudí] o a Catar y al día siguiente tiene el dinero en su cuenta. Sin embargo, cuando un laico llama a Europa para salvar a los mismos heridos, los Occidentales necesitan un mes para decirle que sí, y además ¡le piden las facturas!”. La imagen de Europa en el mundo árabe, empañada por años de colaboración crítica aunque sin fisuras con los regímenes autoritarios de la región, no ha mejorado tras los acontecimientos conocidos con el nombre de Primavera Árabe.
Sin embargo, desde enero de 2011, Europa se ha comprometido indiscutiblemente con los cambios democráticos en el sur del Mediterráneo. Las instituciones europeas adoptaron en marzo y mayo de 2011, pocas semanas después de las revoluciones en Túnez y Egipto, dos comunicados sobre los acontecimientos en el mundo árabe con orientaciones políticas. A partir del 27 de marzo de ese año, la OTAN lanzaba la operación Unified Protector para proteger a la población civil libia frente a la represión del régimen de Muamar Gadafi. Una operación impulsada por varios países europeos que consiguieron obtener el apoyo del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas y de la Liga Árabe para llevar a cabo una acción militar de gran alcance, favoreciendo así la victoria del bando rebelde en Libia.
En julio de 2011, la UE nombró a un representante especial para el sur del Mediterráneo, Bernardino León, y lanzó una política proactiva dirigida a los países en transición, con la organización de task forces que reúnen a los actores políticos y de la sociedad civil de los países implicados. La primera task force fue la que se organizó con Túnez en septiembre de 2011. Este apoyo se tradujo también en la puesta en marcha de un nuevo programa de asistencia que, bajo el nombre de Spring, compromete fondos suplementarios por valor de 285 millones de euros en 2012. Así, en el plazo de ocho meses, Europa puso en funcionamiento varias iniciativas importantes, entre las que destacan el lanzamiento de un programa, el nombramiento de un representante especial, la revisión de la política europea de vecindad (PEV), la organización de grupos de trabajo, sin olvidar la participación en la iniciativa de Deauville en mayo de 2011 con el resto de países del G-8. Ahora bien, también ha habido fracasos.
En Siria la incapacidad de la comunidad internacional para dar respuesta a la violencia y a los excesos del régimen es el ejemplo vergonzoso; Oriente Próximo, de nuevo de actualidad con el recrudecimiento del conflicto en Gaza, es otro ejemplo de la impotencia para resolver un conflicto que sigue influyendo en las relaciones con el mundo árabe. No obstante, el principal fenómeno político que está cambiando de forma duradera las relaciones de Europa con sus vecinos mediterráneos es la emergencia de la democracia y, con ella, del islamismo político, ganador de las elecciones en Maruecos, Túnez y Egipto. Un islamismo ideológicamente poderoso desde hace varias décadas en el mundo árabo-mediterráneo que ha accedido por primera vez a las instancias del poder con Ennahda en Túnez, la rama política de los Hermanos Musulmanes en Egipto y el Partido Justicia y Desarrollo que gobierna en coalición en Marruecos. Se trata de una oportunidad histórica para Europa.
Por primera vez, la política de vecindad y los planes de acción que se derivan de ella, es decir, la agenda común acordada entre los gobiernos y la Unión Europea, deberá aplicarse en países que se hallan en plena transformación democrática. No se trata, como en el pasado, de negociar unas reformas que algunos países a menudo encaran con desgana; no se trata tampoco de adoptar declaraciones a las que luego no sigan medidas concretas; en el contexto actual, se trata de examinar junto con los gobiernos de los países socios en qué aspectos la UE puede aportar un valor añadido, en unos países que están llevando a cabo una verdadera transición política hacia un modo de gobernanza democrático y que, para algunos, se encuentran bajo la responsabilidad de gobiernos que pertenecen a una familia política alejada de las tradiciones políticas europeas. Así, pues, por primera vez Europa tiene la oportunidad de influir en un cambio verdadero en el sur del Mediterráneo.
Del mismo modo que con la política de ampliación, la UE pudo influir positivamente en el ritmo de reformas en los países de Europa del Este a partir de los años noventa, ahora debería disponer de la ambición y los medios para acompañar las reformas democráticas en los países árabes del Mediterráneo. Ahora es cuando la política de vecindad puede convertirse en un instrumento eficaz de promoción de las reformas en la vecindad sur. De hecho, hace tiempo que se acusa a la UE de ser incapaz de impulsar la democratización en países autoritarios. Sin embargo, el enfoque de la Unión y su capacidad de acción como potencia normativa han demostrado ser útiles cuando los países realizan un salto cualitativo hacia la democracia y se pone en marcha una transición. El método europeo de acercamiento legislativo, de convergencia reglamentaria, en tanto que centro de gravedad política y económica, ha sido en el pasado –y debería ser en el futuro– capaz de acelerar y orientar las reformas en los países vecinos.
Europa como destino para los países que tienen vocación de convertirse en miembros de la UE y, ahora, Europa como horizonte y referencia para los países que, más allá del continente, desean acercarse a ella y pertenecer a un espacio económico mediante la aplicación progresiva de las cuatro libertades de circulación: de personas, mercancías, servicios y capitales. Una agenda con objetivos similares es, sin duda, ambiciosa, pero dichos objetivos jamás fueron tan realistas, con las perspectivas de democratización que se abren en determinados países clave de la región. Si la implicación de Europa es más importante que nunca en lo relativo a las relaciones bilaterales tras los cambios producidos por la Primavera Árabe, también lo es que Europa aproveche la oportunidad y la necesidad histórica de construir unas relaciones multilaterales más estratégicas con la región.
En efecto, las posibilidades de éxito de las transiciones son mucho mayores si los países que las acometen no se encuentran aislados. En 1968, la Primavera de Praga fue de corta duración debido a una Checoslovaquia demasiado sola frente a la Unión Soviética. En 1989, con la extensión del movimiento democrático al conjunto de Europa del Este y, sobre todo, con la perspectiva de adhesión a la UE, las transiciones emprendidas pasaron a ser irreversibles. ¿Existe una estructura de acogida similar para las transiciones democráticas en el Mediterráneo para contribuir a su irreversibilidad? La Unión por el Mediterráneo, creada en 2008 en un contexto muy distinto, representa aun así una institución situada perfectamente para responder a las necesidades de cooperación y de estabilización de la región. No solo constituye el único instrumento que reúne a los países de la UE y a los países del sur y del este del Mediterráneo, sino que también es una organización copresidida por las instituciones europeas.
La UpM cuenta con el apoyo de los Estados que la componen y representa la única organización regional con un secretariado paritario en funcionamiento dispuesto a contribuir a los objetivos que se le marquen. Si la Unión por el Mediterráneo no existiera habría que crearla. Merece existir y tiene el potencial de ser útil y convertirse en la organización de cooperación regional para los países que deseen acercarse a Europa y hacerlo colectivamente, estableciendo objetivos comunes de integración regional y proyectos de carácter transnacional. La UE no puede abstenerse en el Mediterráneo. Desea intervenir sin injerencias, influir sin imponer. Dispone de los instrumentos necesarios para contribuir a los cambios democráticos a pesar de la persistencia y profundidad de la crisis. Todavía no está claro si la crisis europea será de crecimiento y de redefinición o de declive e introspección.
En todo caso, el premio Nobel de la Paz de 2012, la institución plurinacional más exitosa jamás creada para la prevención de conflictos, deberá desempeñar un papel clave en la promoción y la consolidación de la democracia de sus vecinos del Sur. Ahora es cuando la política europea de vecindad y la Unión por el Mediterráneo pueden marcar la diferencia en la región.